"Vagabundo por Europa: ocho países y 9.227 kilómetros en 10 días en tren"
Crónica de un viaje con InterRail por 26 ciudades de España, Francia, Bélgica, Luxemburgo, Inglaterra, Irlanda y Holanda.
(E.V.Pita, 2014)
Doce días para ver 26 ciudades europeas de 8 países
Mi plan inicial era ver Burdeos, Nantes, Lieja, Luxemburgo, Colonia, Rotterdam, Londres, Portsmouth, Southampton, Winchester, Bristol, Plymouth, Penzanze, Swansea, Manchester, Chester, York, Durham, Edimburgo, Glasgow, Dublín y Galway. Al regreso, visita de Oviedo.
Tras mil aventuras, este fue el recorrido final con 26 ciudades y otras cuatro con esperas en la estación: París, Lille, Bruselas, Lieja, Luxemburgo, Lovaina, Aquisgrán (Aachen), Colonia, Bruselas, Londres (estación), Brighton, Southampton, Winchester, Holyhead (estación), Dublín (estación), Galway, Isla de Arán, Limerick, Dublín (terminal de ferry), Chester, Liverpool, Blackpool, Manchester (estación), Bristol, Glastonbury, Swansea, Plymouth, Durham, Londres, Rotterdam, Bruselas y París.
Esta fue la ruta del viaje según horarios. Indico el coste de suplementos por reserva obligatoria de plaza en trenes de alta velocidad.
Viaje en autobús a la frontera de España-Francia
19.30 horas....Galicia-Irún - Bus (62 euros) / Distancia: 661 km
Primer día de viaje
09.00 horas... Irún-Hendaye / Metro "Topo" (1,6 euros) / Distancia: 4 km
09.45 horas.... Hendaye-París / TGV (18 euros de suplemento) / Distancia: 803 km
17.46 horas.... París-Lille / TGV-Thalys (18 euros de suplemento) / Distancia: 219 km
20.07 horas.... Lille-Bruselas / TGV-Thalys (9 euros de suplemento) / Distancia: 110 km
21.31 horas.....Bruselas-Lieja (Liège) / Intercity / Distancia: 97,5 km
Segundo día de viaje
09.18 horas... Lieja (Liège)-Luxemburgo / Intercity / Distancia: 130 km
15.15 horas.... Luxemburgo-Lieja (Liège) / Intercity / Distancia: 130 km
18.08 horas.... Lieja-Lovaina (Leuven) / Intercity / Distancia: 82,3 km
19.59 horas... Lovaina-Lieja (Leuven) / Intercity / Distancia: 82,3 km
Tercer día de viaje
09.33 horas.... Lieja- Aachen (Aquisgrán) / Intercity / Distancia: 53,9 km
12.51 horas..... Aachen-Köln (Colonia) / Intercity / Distancia: 83 km
13.43 horas..... Colonia-Bruselas / ICE (es gratis si no se reserva, vino con 40 minutos de retraso) / Distrancia: 213 km
22.00 horas......Bruselas-Nord a Londres - Victoria / Bus de Eurolines (58 euros, viaje en ferry Calais-Dover) / Distancia: 363 km
Cuarto día de viaje
07.06 horas.... London Victoria - Brighton / Distancia: 86,1 km
11.00 horas.... Brighton-Southampton / Distancia: 110 km
13.00 horas (?) Southampton-Winchester / Distancia: 19,1 km
15.05 horas.... Winchester-Birmingham / Distancia: 211 km
17.23 horas....Birmingham-Holyhead / Distancia: 281 km
Quinto día de viaje
02.30 horas... Holyhead-Dublín (ferry con Stena Line, 22 libras) / Distancia: 123 km
07.00 horas... Dublin Port - Dublin Houston (bus, 4 euros) / Distancia: 4 km
08.00 horas.. Dublín-Galway / Distancia: 209 km
12.30 horas... Viaje en ferry a las islas Arán (viaje privado) / Distancia: 46 km
17.00 horas... Regreso de islas de Arán a Galway / Distancia: 46 km
Sexto día de viaje
10.30 horas... Galway-Limerick / Distancia: 98,6 km
14.45 horas... Limerick-Dublin / Distancia: 197 km
Séptimo día de viaje
02.15 horas... Dublin Port - Holyhead (ferry con Stena Line, 25 euros) / Distancia: 123 km
06.25 horas... Holyhead-Chester / Distancia: 134 km
11.01 horas... Chester-Liverpool / Distancia: 44,4 km
12.28 horas... Liverpool-Blackpool / Distancia: 88,2 km
15.32 horas... Blackpool-Manchester / Distancia: 82,3 km
17.05 horas... Manchester-Bristol / Distancia: 270 km
20.00 horas... Bristol Parkway-Bristol centro / (bus, 2 libras) / Distancia: 11,7 km
Octavo día de viaje
07.54 horas... Bristol-Glastonbury / Bus ( 7 libras, ida y vuelta) / Distancia: 43,2 km
10.22 horas... Glastonbury-Bristol Temple / Bus / Distancia: 43,2 km
11.56 horas... Bristol Temple-Cardiff / Distancia: 71,5 km
12.58 horas... Cardiff-Swansea / Distancia: 66,2 km
14.28 horas... Swansea-Newport / Distancia: 80,6 km
16.15 horas... Newport-Tauton / Distancia: 106 km
18.15 horas... Tauton-Plymouth / Distancia: 119 km
23.56 horas... Plymouth-Londres Paddintong / Distancia: 382 km
Anotación: no pude llegar a Penzanze porque el tren que me llevaba era el último y el convoy regresaba a Londres unos minutos después. No compensaba el viaje.
Noveno día de viaje
07.00 horas... Londres King Cross - Durham / Distancia: 433 km
11.43 horas... Durham-Londres KC / Distancia: 433 km
Anotación: había una posibilidad de visitar Lincoln si se hacía parada en Newark mejor que en Petersbourg
Anotación: no pude llegar a Porstmouth como tenía planeado porque perdí la tarde al tener que marcharme antes de tiempo de Londres porque se agotaron los billetes de Londres a París en bus nocturno (47 libras) y tuve que tomar inmediatamente un bus a Rotterdam que salía mucho más temprano.
19.30 horas... Londres- Rotterdam / En bus, por 25 libras / Ferry en Dover / Distancia: 511 km
Décimo dia de viaje
09.08 horas... Rotterdam-Bruselas / Intercity / Distancia: 144 km
12.43 horas... Bruselas-París Nord (Thalys, 30 euros de Suplemento) / Distancia: 308 km
17.23 horas... París-Hendaye / TGV, 18 euros de suplemento) / Distancia: 803 km
Anotación: había una posibilidad de tomar un tren a Burdeos a las 15.23 horas y visitar la ciudad dos horas antes de seguir a Hendaya. Desistido por cansancio.
Regreso: viaje en bus de Irún a Galicia
De Hendaya a Irún, crucé el puente y tomé el bus nocturno a Oviedo (27 euros), que salía a medianoche. De Oviedo, seguí a Galicia (24 euros).
Distancia Irún-Galicia: 661 km
Cálculo de kilómetros recorridos
Total de kilómetros recorridos: 9.227 km
Kilómetros recorridos en tren: 7.000
Kilómetros recorridos en bus y ferry: 2.200
Media diaria: casi 600 kilómetros
BUDGET
PRESUPUESTO
Costs of transport
Coste del transporte
Cost of the Interrail Global Pass 10 days: 400 euros
Coste del billete InterRail Global 10 días : 400 euros
Suplements in fast trains: 96 euros
Suplemento en trenes veloces: 96 euros
Costs of coaches: 200 euros
Pagos de bus: 200 euros
Costs of ferries: 50 euros
Pagos de ferry: 50 euros
Cost of accomodation en IYH: 100 euros
Costes de alojamiento en IYH: 100 euros
Total cost: 850 euros
Coste total: 850 euros
Food: 10 days x 15 euros = 150 euros
Comida: 10 días por 15 euros = 150 euros
Advice: the night coaches costs the same than sleep in a hotel one night
Nota: los buses son nocturnos, con lo que el coste del billete financia lo que pagaría por un hotel esa noche.
Un plan para 12 dias
Disponía de unos 12 días libres, en medio de mis vacaciones, para hacer una gran excursión por Europa en tren. Pagué 400 euros por un billete de InterRail Global Pass 10 días que me permitía viajar gratis durante 10 días repartidos entre 22 días por muchos países aunque en algunos tramos (sobre todo la línea París-Bruselas) debería abonar suplementos. Otros tramos, sobre todo los pases en ferry a Inglaterra, opté por hacerlos en bus y pagar porque es un transporte más cómodo cuando se viaja de noche. Al tratarse de un periodo de 12 días, tuve que exprimir muy bien la ruta para ver entre 2 y 3 ciudades al día. Hubo algunas jornadas maratonianas que solo las pude emplear en recorrer más de 800 o 1.000 kilómetros, de Hendaya a Lieja o desde Rotterdam a Hendaya, con breves paseos por la ciudad mientras esperaba al siguiente trasbordo.
Elección del equipaje: lo más ligero posible
Dada la complejidad del viaje y la necesidad de moverme rápido de un tren a otro, opté por llevar el mínimo equipaje, con el menor peso posible. Usé como mochila una bolsa de plástico con cremallera y sin ningún refuerzo porque es muy liviana. Allí metí ropa limpia, toda elegida por su mínimo peso (camisetas, un canguro en vez de un chaquetón, etc...). Por precaución, añadí un saco de dormir de verano aunque luego nunca me hizo falta y supuso un peso extra. En principio, mi idea era llevar solo una sábana de saco, que es mucho más ligera, pero no la compré cuando tuve ocasión y luego ya no tuve tiempo. Para llevar mudas, chancletas y productos de higiene, elegí un morral de tela, también liviano aunque otra opción habría sido una segunda bolsa de plástico como las que cuelgan al hombro los deportistas. Por último, usé una bolsa de supermercado para comida, guías y enchufes de cámara y móvil. Aunque el equipaje era algo tosco, fue lo bastante ligero para permitirme pasear por una ciudad cargado con él sin sentir molestias en los hombros o la espalda al menos durante dos horas. Realmente, no pesaban nada.
Tren combinado con bus
Mi plan de viaje consistía en viajar por Inglaterra e Irlanda en tren porque son muy veloces pero muy caros, por lo que con un pase InterRail me ahorraría dinero. Como ese pase de tren me permite viajar por todos los países de Europa que quiera pensé que podría hacer paradas en ciudades en las que no había estado como Burdeos, Luxemburgo, Rotterdam o Colonia. Para ello reservé en Lieja dos noches en un albergue internacional, antes de cruzar el canal para Inglaterra. Allí tenía previsto visitar el sur de Inglaterra hasta Penzanze (Cornwall, el fin de la tierra), Escocia, y Galway, en Irlanda. Sin embargo, tardé en comprar el billete de bus que me llevaría a la frontera con Francia, por lo que las plazas se habían agotado y perdí un día. Con el tiempo más justo, tuve que renunciar a visitar Escocia, que de todas formas ya había visto dos veces.
Alojamiento en IYH
Para el alojamiento, mi idea inicial era reservar cama en Inglaterra en los baratos hoteles Travelodge por 40 libras la noche, o incluso 33, en ciudades algo alejadas de Londres como Cardiff, Birmingham o Reading. Sin embargo, el día que tenía previsto llegar a Inglaterra era sábado y los precios se habían disparado hasta las 80 libras o más. En cambio, el domingo era baratísimo y se podía dormir por 49 libras incluso en Londres. Por problemas técnicos no pude hacer ninguna reserva y tuve, como medida de urgencia, que reservar en los albergues de IYH, que me costaron entre 22 y 25 euros la noche, eso sí en literas en dormitorios compartidos. Fue una solución de urgencia ante la inminencia del viaje. Tienen la ventaja de que los IYH están ubicados en casi todas las ciudades, en sitios céntricos, dan enormes desayunos, cuentan con Internet y con lavadora, y recalan viajeros con mochila de todas las edades, con un agradable ambiente.
Una de las dudas que se me planteó era si era mejor tener como base Lieja, Lille o Bruselas. Elegí Lieja porque estaba a medio camino de los tres primeros sitios que quería visitar: Luxemburgo, Colonia y Rotterdam. La solución quizás no fue la mejor porque debería haber reservado en Lieja, visitar Luxemburgo, dormir en Colonia, seguir a Rotterdam y volver a Bruselas, de donde tomaría un bus nocturno a Londres. Sin embargo, por la comodidad de estar dos días en el mismo sitio, me decanté por Lieja, por ser un lugar intermedio, aunque tuviese que hacer dos veces el camino de ida y de vuelta en tren.
Pase InterRail Global Pass 10 días flexi
Compré un pase InterRail Global Pass Flexi de segunda clase con validez de 10 días en un periodo de 22. El pase me permitía viajar por todos los países adscritos a InterRail. En los trenes rápidos como el TGV y el Thalys hay que pagar suplemento, salvo en el ICE alemán que no requiere reserva. El tramo de España hay que pagarlo con un descuento del 30 % por lo que, si hay mucha distancia hasta la frontera, compensa comprar un billete de avión low cost que te sitúe rápidamente en París, Londres o Frankfurt.
Cada vez que empieza un día de viaje, hay que anotar la fecha en una casilla del billete hasta que se agotan las 10 casillas. Los revisores se fijan en que sea un pase Global y en el número de casillas agotadas.
Para planear los horarios, el billete InterRail incluye una App de "timetables" (horarios) de todos los trenes. Lo puedes descargar en tu móvil y consultarlo sin conexión a Internet. Como no iba a llevar de viaje un "smartphone" opté por buscar las rutas que me interesaban en la app y consultar los horarios que me interesaban. Gracias a eso descubrí que en Inglaterra había un tren nocturno de Londres a Penzanze (que me sería muy útil) y otro Londres-Edimburgo (que no fue necesario usar). También descubrí que se podía viajar de noche de Londres a Dublín, pero que el retorno era más complicado (como así fue). La opción de volver desde Belfast quedó descartada por falta de tiempo en la ruta para desviarme hacia allí.
En la planificación de la ruta quedaron algunos flecos pendientes como el paso de Calais a Dover. Es fácil hacerlo por la mañana o tarde, pero la noche es más engorroso. Opté por pagar un billete de bus nocturno por la comodidad de entrar directamente en el ferry y porque el dinero que iba a gastar era el mismo que me costaría un hotel.
Primer día de viaje.
Galicia-Irún en bus nocturno.
El bus nocturno fue la opción escogida porque no había trenes nocturnos en el tramo de Galicia a Irún ni tampoco de Hendaya a París. La única opción viable era que hiciese un trasbordo a las cuatro de la madrugada en mitad de Castilla y llegase a Irún por la mañana. Dado que el precio, con el descuento de InterRail, era parecido al del autocar, opté por la comodidad del bus, que empleó 15 horas de viaje y me costó 62 euros (aunque con un trasbordo, me habría salido por 51 euros, con el riesgo de perder el viaje si el bus llevaba retraso, lo cual era altamente probable).
La anécdota del viaje fue que el bus tuvo un retraso de tres horas por una avería mecánica a la salida de Oviedo y a escasos kilómetros de Gijón. El autocar quedó varado en un arcén a medianoche hasta que llegó el bus de repuesto.
En el autobús viajaba en la parte trasera una adolescente que no paraba de hablar con sus amigos por el móvil sobre unas fiestas a las que iba, así como temas personales con su novio. Hubo pasajeros que le mandaron bajar la voz.
La mayoría de los pasajeros se bajaron en Bilbao y San Sebastián. Muchos iban a hacer transbordo hasta Pamplona.
Llegué a Irún sobre las 8-9 de la mañana. La parada está en una acera cerca de la estación de tren de Irún, en el centro de la villa, metido en un callejón, donde hay una iglesia.
Segundo día de viaje.
Irún-Hendaya-París-Lille-Bruselas-Lieja
Pregunté al conductor cómo se iba hasta Hendaya para tomar el tren veloz TGV para Burdeos o París. Me dijo que al doblar la esquina había enfrente una parada del "Topo", un metro que une varios pueblos de Guipúzcoa con Hendaya. La parada es la de Irún-Colón. Pagué sobre 1,6 euros y esperé unos 10 minutos hasta que llegó el convoy. El tren pasó el puente internacional y en apenas unos minutos ya estaba junto a la Gare de Hendaya,
Como ya iba mal de tiempo a causa del retraso, tuve que renunciar a parar dos horas en Burdeos y lo dejé para la vuelta. Decidí seguir hacia París.
Entré en la estación de Hendaya y en las taquillas me atendieron en español. Un tren salía para París en solo 25 minutos y me cobraron 18 euros de suplemento porque era un TGV. Otros mochileros que no querían pagar suplemento, tuvieron que esperar por un tren regional TER a Burdeos, que tampoco es que haya muchos.
En el TGV, viajaba un matrimonio de emigrantes de Irún con un bebé que ahora vivían con una prima en la Costa Azul, donde decían que había más trabajo que en España, donde ya no era posible encontrar nada.
También iban dos vecinas de un pueblo vasco a hacer una excursión de una semana a la isla de Ré, que aunque lloviese al menos se tomarían unas cervezas. Una se tapó la cara con una chaqueta gran parte del viaje para dormir mejor durante el trayecto. Se apearon en Burdeos para seguir rumbo a La Rochelle, a donde llegarían a primera hora de la tarde.
El tren tardó casi tres horas en llegar a Burdeos, pasando por San Juan de Luz, un sitio con un río y veleros que parecía agradable y con mucha luz, y Bayonna. De Burdeos, hay que destacar el gran puente sobre el río y las torres de la catedral.
El paisaje a París es llano, con inmensos campos verdes. El trigo ya había sido recogido.
Por el camino, di cuenta de mi primer sandwich que había preparado para el camino. Me llamó la atención que los pasajeros franceses nunca devoraban su bocadillo entero sino que solo comían la mitad y dejaban la otra mitad para más adelante. Alguno iba cargado con una botella de 2 litros de Coca-Cola, de la que dio rápida cuenta.
Llegué sobre las 2-3 de la tarde a la Gare de París de Mompartnasse, tras un palizón de casi 6 horas.
Me sorprendió que en la estación hubiese un pianista tocando y unas máquinas en la que los usuarios pedaleaban para recargar su teléfono móvil.
Inmediatamente, me dirigí al metro para comprar un billete en las máquinas automáticas que me costó 1,7 euros. Tomé la linea rojiza-marrón que conduce a París Nord, estación de la que parten los trenes hacia Bélgica. El trayecto duró entre 20 y 30 minutos porque hay que pasar unas ocho estaciones.
En París Nord había muchísima gente. Fui a las taquillas, a un lugar especial situado al fondo donde atienden a los mochileros de InterRail para hacer las reservas. Había cuatro chicas que parecían valencianas y otros extranjeros. Cuando me tocó mi turno, le dije al taquillero que quería coger el próximo tren para Bruselas pero me dijo que estaba todo completo hasta dos horas después y que, además, tendría que hacer trasbordo en Lille. En total, me costaría 27 euros de suplemento. No había otra opción (sí la había, como descubrí después).
Le pedí que me buscase una conexión a Lieja, donde había reservado el albergue. La respuesta fue que el tren era "free" sin pagar suplemento y que llegaría a las 23.54 horas, según me anotó.
Como el albergue avisaba de que cerraba sus puertas a las 22.00 horas, tuve que escribirles un email para avisar de mi retraso y luego les llamé. El tipo que me atendió me dijo que no me preocupase, que estarían abiertos hasta tarde (luego sabría por qué).
En torno a las 5, embarqué en un tren de alta velocidad hacia Lille. Tardó bastante en salir la plataforma en la que estaba situado. Iba a tope de gente. Me tocó uno de los últimos vagones.
El paisaje entre París y Lille era también llano y verde. El viaje duró sobre unos 40 minutos.
LILLE
La estación de Lille-Europe es supermoderna, con grandes cristaleras. Había otro pianista pero me di cuenta de que era un piano que todo el mundo podía usar mientras esperaba el tren si estaba aburrido. Primero un pasajero tocó una melodía decente y cuando se fue lo ocuparon unas chicas que se pusieron a aporrearlo. También había un recargador de móviles a pedales.
Mientras esperaba el trasbordo para el tren veloz a Bruselas salí a dar un paseo por las inmediaciones. Me topé con una manifestación junto a un centro comercial y todo lleno de tanquetas de policía. Parecía una protesta laboral porque había una furgoneta de un sindicato repartiendo propaganda en las cercanías pero solo escuchaba la algarabía y no podía distinguir quien se manifestaba ni por qué.
Seguí hasta la estación Lille-Flandes (para trenes regionales) y pasé de largo hasta el centro. Había turistas, musulmanes paseando y, aunque ya eran las 6 de la tarde, todavía se veía bullicio en las calles del casco histórico bien conservado. En el centro, como no, había una tienda de Zara. Pero al dar la vuelta, las tiendas ya estaban cerradas. De regreso, entré en Lille-Flandes y, preguntando en información, me enteré de que había un tren de Lille a Lieja que era gratis para InterRail y que llegaba unos minutos después que la combinación que me habían dado en París-Nord. Para mi alivio, yo no llegaría a las 23.54 sino a las 22.54 (se habían equivocado al escribirme el horario), lo cual me daba un margen para buscar un bus hasta el albergue de Lieja o ir a pie, pues aún era una hora prudente.
Al volver a la estación Lille-Europe, me crucé con los manifestantes que protestaban antes. Eran musulmanes, en su mayoría, que pedían el cese de los ataques a los palestinos (por el conflicto surgido en verano entre Israel y Gaza, con miles de víctimas civiles). Portaban banderas de Palestina.
Finalmente, tomé el tren veloz de Lille a Bruselas (9 euros, de los 27 que previamente había pagado de suplemento).
BRUSELAS
El paisaje de Bélgica era una gran planicie en la que destacaban en la lejanía sus pueblos con las iglesias con altos tejados en picado.
Hubo algo que me llamó la atención al cruzar la frontera de Francia-Bélgica y fue que, a un lado de la vía de tren, a mano izquierda, se alzaban dos grandes lomas de forma piramidal, en medio de la planicie, como si fuesen dos montículos de tierra. No puede evitar pensar en la zona de Avebury-Stonegenhe-Malborough (Inglaterra) y sus montículos de tierra artificiales creados por las tribus neolíticas.
En Bruselas, llegué a la estación Midi. Como ya había estado otra vez, fui a ver el gran cartel de Tintín que cuelga en una de las salidas. Esperé en el andén hasta que vino el tren regional hacia Lieja. Los vagones, algo desvencijados y con paneles y espejos, iba casi vacío, con viajeros con maletas o empleados que volvían a casa. Cuando llegó la revisora, presenté mi billete InterRail Global, sin más.
El tren circuló lentamente cuando había caído la noche y por estaciones con aspecto fantasmal. Había un ambiente triste. El tren paró en Leuven (Lovaina), último sitio donde hubo algo de movimiento en los andenes.
Me tomé el último sandwich que llevaba desde España y unas onzas de chocolate.
LIEJA
Llegué puntual a la moderna estación Guillemine, diseñada por el arquitecto Calatrava. A la salida, por suerte, aún había servicio de bus, y esperé por el número 4 que me llevó al albergue de la IYH. El autocar cruzó Lieja de noche, pasó dos ríos, y se adentró en el casco urbano, donde había gente aún en las terrazas de los bares. Al preguntar por mi parada, el joven conductor me contestó en español y sonrió. Supuse que era un emigrante en Bélgica. Caminé hasta el albergue por calles solitarias pero, cual fue mi sorpresa, cuando al llegar al IHY había una multitud por las aceras y sonaba un concierto de rock en el interior.
En recepción me atendieron rápido. Pagué por adelantado un total de 48 euros por dos noches en habitación de literas para cuatro personas.
En el interior, unos organizadores de la fiesta, que iban vestidos con una camiseta verde y eran españoles, me tradujeron una frase que no entendía sobre una norma del alojamiento sobre la devolución de las sábanas a la salida.
Aunque había fiesta, estaba tan cansado que me fui a dormir con el ruido de fondo de un concierto de rock. La habitación era de cuatro literas pero solo había otro ocupante, que llegó al terminar la música. En apenas 27 horas, había recorrido 1.800 kilómetros en bus y tren.
Tercer día de viaje.
LIEJA
Fue el primero en levantarme del albergue y llegué el primero a desayunar a las 7.30 horas. Había Kellogs, tostadas, mantequilla, una especie de paté, mermelada de fambruesa asi como mortadela y queso. Tomé energías para empezar bien la mañana.
El plan del día iba a ser relajado. Haría una excursión a Luxemburgo y si me sobraba tiempo, iria a Rotterdam, en Holanda, aunque lo veía poco probable por falta de tiempo. Otra alternativa era terminar la tarde con una visita a Lovaina.
Salí temprano hacia la estación de Guillemine. Era un día nuboso e incluso hacía frío. Mi destino era Luxemburgo. Hasta las 9.00 no salía ningún tren y paseé por las cercanías de la estación, un barrio degradado que van a rehabilitar. Había poca gente por la calle y las casas parecían vacías. Destacaba una casa-restaurante llamada Chez Madam Pita, especializada en pitas, ese tipo de pan oriental que rellenan con verduras o carne. Tenía un menú completo de variaciones.
Dentro de la estación, una oficina ofrecía publicidad sobre las conmemoraciones de la Primera Guerra Mundial, que sufrió Bélgica en primera línea. La ciudad estaba repleta de carteles de homenaje y de memoria ahora que, en agosto, se cumplían los 100 años del conflicto. Fotos de bomberos de Lieja y otros cuerpos de milicianos ilustraban los escaparates. Resultaba difícil entender como aquella gente, vecinos de Lieja de lo más pacíficos, de un dia a otro se habían visto inmersos en un conflicto de tal magnitud. Uno no dejaba de sobrecogerse al ver aquellas fotos de hombres corrientes metidos en una guerra a escala industrial. Carne de cañón.
La espera se hizo larga y me arrepentí de haber madrugado tanto. Al subir al tren, anoté en mi ticket de horarios de InterRail el trayecto a Luxemburgo. Cuando llegó el revisor, presenté mi billete InterRail Global, sin más.
A la salida de Lieja, como en el resto de Bélgica, me fijé en que todas las casas tenían un patio interior en el que amontonaban todo tipo de artilugios. Era tal la variedad de objetos en aquellos jardines que estaba para foto. Sin embargo, las viviendas se veían desvencijadas, algunas pintadas con grafitis.
En el tren, un pasajero conversaba en inglés con una familia camboyana (que vivía en Hanoi, en Vietnam).
LUXEMBURGO
La ruta hasta Luxemburgo fue animada por un paisaje montañoso, ya al poco de salir de Lieja. Había verdes prados con vacas en el valle que atravesaba el tren entre montañas, lo que antes era el Camino Español que seguían los tercios de Felipe II para llegar a Flandes. Al contrario de lo que me imaginaba, las casas de Luxemburgo no eran precisamente de aspecto rico. Eran grandes pero parecían gastadas por el tiempo, algo inaudito si se tiene en cuenta que es uno de los países con mayor renta por cápita del mundo. En algunas cimas, asomaban castillos que en su día protegieron este importante paso.
Al apearme en la estación de Luxemburgo, observé a varios turistas asiáticos que fotografiaban el techo del hall. Este estaba decorado con bonitos dibujos de un sol y estrellas.
Consulté los tablones informativos para saber los trenes de vuelta. Había uno de las 15.15 horas que me daba margen para ver la ciudad durante unas tres horas, tiempo suficiente.
La ciudad de Luxemburgo estaba bien cuidada. Lo que más me impresionó fue que el casco antiguo estaba situada sobre una roca (Le Roch) o cima rodeada por un río. Parecía un bastión inexpugnable. Las calles comerciales estaban animadas pese a la leve lluvia. Hice cola en una tienda que vendía a los viandantes distintos tipos de perritos calientes (3 euros). Los clientes eran variados, desde obreros a ejecutivos o secretarias. La salchicha iba acompañada de tiras de cebolla. Con esa vianda recargué energía.
Tras cruzar la zona moderna de negocios y tiendas, pasé un gran puente y entré en la zona antigua. El primer monumento de interés era una catedral con tejados en punta que recordaban a un castillo de los Cárpatos. Sin embargo, los autocares de turistas estaban situados enfrente, junto a una estatua, en un mirador desde el que se divisaban fortificaciones entre acantilados, un parque en el que corrían deportistas madrugadores y todo ello flanqueado por banderas tricolores de Luxemburgo.
Siguiendo las señales, me adentré en la bulliciosa zona de tiendas del casco antiguo. Cientos de paraguas colgaban del aire como decoración. Las tiendas eran de firmas de lujo: Gucci, Cartier...
Aquella debía ser la milla cero. Pasé un teatro medieval, que estaba considerado una de las joyas de la ciudad, el Palacio del Gran Ducado, con las garitas vacías de los guardias de honor, y entré en una plaza donde estaba la oficina de turismo, cafés y bancos donde algunas empleadas y excursionistas almorzaban con un sandwich. Obtuve un plano gratis, me senté en un banco y abrí la última lata de Coca-Cola que había traído para el viaje. Al salir me encontré con cuatro hombres que cantaban ópera en la calle.
Mirando el mapa, descubrí que había zonas de gran interés alrededor del río. Bajando por una callejuela llegué a lo mejor de Luxemburgo: Le Roch, un sistema amurallado que creó un príncipe que compró en el año 900 y pico una gran roca que fortificó hasta hacerla inexpugnable. Y doy fe de ello, al menos era una pared vertical de roca de 100 metros o más, en la que habían construido una red de grutas para vigilancia y por las que asomaban turistas. Las murallas son Patrimonio de la Humanidad (la entrada a las criptas y pasadizos cuesta sobre 10 euros).
Desde la roca, la vista estilo nido de águila es impresionante. En el valle que se avista debajo pasa el río de color verde-parduzco, un puente flanqueado por las ruinas de dos torres y destaca, en un barrio, el tejado en una aguja increíblemente punzante de una iglesia, que domina el paisaje. También se ve pasar a los trenes por un acueducto.
La ciudad estuvo en poder de Felipe II (como Gran Duque) y abrió una puerta que aún se conserva. Bajé hasta unas casas-fortines que hay en el río, a un kilómetro, pero esa zona ya no era frecuentada por turistas. Me sorprendió que los vecinos tuvieran un huerto en medio del puente, pues su finca invadía casi el paso.
La vuelta hacia el tren fue a toda prisa, siguiendo el trazo de las murallas. Realmente, Luxemburgo me pareció impresionante. Cuando solo estaba a 100 metros de la estación, cayó un chaparrón de los gordos. Saqué el paraguas y llegué hasta la estación, donde la lluvia golpeaba el tejado de forma exagerada.
Antes de irme, en un kiosko compré un "panini" de jamón y queso por 2,89 euros pero, la dependienta me preguntó si lo quería "crú", supuse que era el jamón serrano, y me cobró 4 euros. En una tienda de souvenirs de la estación, me llevé como único recuerdo un figura de imán de Luxemburgo.
En el tren, me senté en un sitio libre junto a un matrimonio. Eran portugueses y la mujer le reñía al hombre porque iba con la camisa y los pantalones desarreglados. El hombre gruñó. Tras adecentarlo, se apeó y se despidió de la mujer, que luego se apeó unas paradas adelante. Frente a mí, se sentó una pareja africana que se apeó en la siguiente parada.
Cuando llegó la revisora, presenté mi billete InterRail Global, sin más.
LUXEMBURGO-LIEJA
El viaje de vuelta fue por los mismos pastos verdes, montañas y castillos. Tenía mejor pinta que por la mañana, porque abrió un claro.
Como detalle curioso, las vacas que pastaban en los prados huían despavoridas y dando saltos cuando pasó cerca el tren. Me pregunté cómo podía ser que no se hubiesen acostumbrado al continuo tránsito de convois siempre a la misma hora.
LIEJA
Tras llegar a Lieja, vi que me daba tiempo, y tras consultar los paneles, tomé otro tren a Lovaina. E
LIEJA-LOVAINA
El convoy pasó por un sitio llamado Landas que me recordaba a El Perro de Flandes. En los inmensas planicies destacaban las puntiagudas torres de las iglesias. Había muchos caballos en las fincas.
Un detalle me llamó la atención y es que dos conejos corrían a agazaparse en sus guaridas cuando oyeron al tren. Solo había visto conejos silvestres en Inglaterra el año pasado.
LOVAINA
En Lovaina (Leuven), los carteles de la estación estaban en flamenco (parecido al alemán). Comprobé que disponía de una hora para visitar la ciudad antes de tomar el tren de regreso a Lieja.
Ya era casi de noche. Al salir, mi sorpresa fue que la estación prácticamente estaba en el centro, en la calle más comercial y de tiendas. Un cartel señalaba directamente a un bar de Stella Artois, la cerveza del lugar.
La calle comercial era de tráfico reducido y circulaban muchos ciclistas. Como curiosidad, todos llevaban unos morrales en la parte trasera de las bicis, por cuya decoración y colores se podía deducir el perfil del dueño, generalmente estudiantes ya que se trata de una ciudad universitaria con mucho ambiente y buena atmósfera. En apenas quince minutos llegué al corazón de Lovaina, compuesto por unos antiguos edificios civiles y la catedral, todos muy bien conservados. Algunas fotos antiguas mostraban los estropicios causados por la Gran Guerra (1914-1918) y cómo se había llevado a cabo la rehabilitación. Nuevamente, me sobrecogieron los rostros del cartero y otros funcionarios que habían sido alistados urgentemente para defender la ciudad o recoger los escombros que quedaron de antiguos edificios.
Tras pasar por la plaza de la Universidad entré en la callejuela de los bares, poco llenos a la hora de la cena, y a una plaza que fue cortada porque esa noche iba a haber allí un concierto. Anochecía y regresé camino de la estación. Me llamó la atención, al igual que a otros turistas, una original estatua de cobre de un joven que leía un libro y le entraba una cascada de agua por medio de la cabeza.
Tras cruzar por la calle comercial, pensé que Lovaina era un sitio tranquilo para vivir, sobre todo si uno era estudiante o profesor. Me pareció todo muy cuidado.
LIEJA
Al regresar a Lieja, me encontré con que miles de personas invadían las inmediaciones del albergue. Había puestos callejeros de "chupitos" por toda la manzana, así como atracciones de feria. Al parecer, celebraban las fiestas de Santa Mary. En el propio albergue de la IYH seguían con otra tanda de conciertos y cientos de personas ocupaban el patio con una cerveza en la mano. Pensé que "si no puedes con ellos, únete a ellos".
Subí a la habitación y, al poco, apareció el otro ocupante, que resultó ser un joven de Atenas, en Grecia, que estaba de vacaciones y que entró en el cuarto a recargar su móvil. Otra de las literas también parecía ocupada. Preparé la mochila para dejarlo todo listo para el día siguiente y salí a dar una vuelta por la fiesta.
En el hall, donde daban el concierto de rock, no se podía entrar en los baños si no se pagaba 0,50 euros a una limpìadora. Estaba lleno de visitantes que iban al concierto o de gente que paseaba por la calle viendo los puestos de "chupitos". Pedí una Coca-Cola en el chiringuito de la organización del concierto pero no lograba entenderme con la dependiente, que lucía una camiseta verde, que me decía que tenía que pagar un euro por usar un vaso de plástico y que si lo devolvía me reintegraban el dinero. Finalmente, la joven, de pelo negro y tez clara, me preguntó en inglés qué idioma hablaba, le dije "Spanish" y me contestó entre risas: "tienes que pagar un euro por el vaso". Sus compañeros, que ayer me habían traducido una frase, servían las copas al lado.
Paseé casi dos horas paseando por los puestos callejeros, donde servían "chupitos", sandwiches, perritos calientes. Había comida china e incluso vasca. Eran decenas de calles iluminadas con bombillas festivas, con música a tope y ocupadas por una multitud que daba bandazos, tanto de gente mayor como pandillas de jóvenes y adolescentes. No recuerdo haber visto una fiesta tan multitudinaria. Al parecer, lo organizaban los comerciantes del casco antiguo y pensé que en España las fiestas solían ser cosa municipal, sin apenas iniciativa privada. En el patio de un teatro, un grupo de musicos con trompetas y clarinetes lo daba todo. Muchas chicas lucían unas antenas rosas de peluche, como si estuvieran de despedida de soltera. Tras dar un paseo, me decidí por tomar una salchicha a la brasa con tomate y pan por 3 euros.
Aún pasé un rato más de paseo, volví al concierto del albergue y, finalmente, me di por vencido y me metí a dormir a la litera. Sería medianoche. Poco después llegó el griego. Pero fue difícil pegar ojo porque la música sonó a tope hasta altas horas de la madrugada, con grandes éxitos rockeros de los 60, incluida Tina Turner. Aún hubo una hora más de murmullos y sirenas de policía.
Con tanto ambiente festivo, me pregunté si quizás mañana sería festivo y tendría pocos buses para llegar a la estación. Mi siguiente destino era Colonia y, si era posible, llegar a Rotterdam. En todo caso, esa misma noche tendría que tomar un bus nocturno a Londres, y ni siquiera había comprado el billete. Tras hacer mil y un cálculos no veía modo de cruzar de Calais a Dover en tren y ferry nocturno porque el último tren de Lille a Calais era a las 19.15 horas, según había visto antes.
Puse el despertador para las 7.45 horas, que me pareció un superlujo de tiempo para dormir.
Cuarto día de viaje
Lieja-Aachen (Aquisgrán)-Colonia-Bruselas-Londres
A pesar de haber madrugado, esta vez el comedor del desayuno estaba repleto de gente. Había un numeroso grupo de estudiantes que hablaban francés y que llevaban en la cabeza un moño cubierto con una tela blanca. Habían agotado las tostadas y tuve que esperar turno para la siguiente ronda.
Entregué al empleado de las oficinas mi llave automática y me despedí. Fuera llovía y me puse el canguro impermeable. Empezaba una larga jornada.
El día no arrancó bien. Como había supuesto, era un día festivo después de la juerga del día anterior. Las calles habían vuelto a la normalidad. En la parada de bus esperé 15 minutos por el bus.
Tras consultar los horarios en la estación Guillemine, opté por parar en Aachen (Aquisgrán) para hacer una excursión y ver algunos restos arqueológicos romanos. Aquisgrán era una importante ciudad alemana que fue sede del emperador Carlomagno. Mi idea era parar una hora y seguir para Colonia, destino final de la jornada.
Nuevamente, subí al tren, busque un sitio con buenas vistas y cuando pasó el revisor le mostré mi billete de InterRail, con la fecha del día cubierta. Lo ticó y siguió adelante. Al abandonar Lieja me fijé en una torre y una cúpula detrás de Guillemine que resultó ser un monumento a los caídos en la Primera Guerra Mundial.
AACHEN (AQUISGRÁN - AIX-DE-LA-CHAPELLE)
El viaje fue rápido. Pero en Aachen mi "planning" se complicó porque la estación central la Bauhbanhoff (BH) estaba a varias manzanas del centro. En una tienda vi postales y me fijé en los monumentos principales. Me llamó la atención una puerta-fortín de estilo medieval, el Pontdoor, o algo así, y me propuse visitarlo al creer que era una ruina romana. Al salir, vi un cartel que indicaba hacia la Ópera pero no le hice caso, preferí seguir mi olfato y me guié por el campanario de una iglesia que, después de todo, no tenía interés y, tras consultar unos carteles de tráfico, me di cuenta de que tenía que ir en una mala dirección, Mi razonamiento fue que los romanos, por lógica, habrían construido su fortín en lo alto de una loma y yo iba cuesta abajo todo el rato. Vagué sin rumbo cuesta abajo pero llegué a un barrio moderno. Había muchos negocios y parecía tener una buena economía, aunque la ciudad quizás hubiese tenido momentos mejores.
Recalé en una iglesia relacionada con Carlomagno y donde construían un gigantesco aparcamiento subterráneo y centro comercial. Caminé por una calle de tiendas y, gracias a los carteles, llegué al centro de la ciudad, que efectivamente estaba en lo alto de una loma. Allí encontré un recinto acristalado con restos de asentamientos del paleolítico, romano y medieval. La catedral estaba al lado y, desde fuera, destacaban sus altas torres y picos. Sin embargo, para entrar cobraban entrada (puede que 10 euros) y desistí (luego, por postales, vi que merece la pena la visita porque sus arcos son románicos y conservan sus pinturas de color ocre y blanco, lo que no es fácil de ver porque la mayoría de las catedrales han perdido sus pigmentos). Decenas de turistas, muchos jubilados, se agolpaban para tomar fotos y vídeos de la catedral.
En las inmediaciones, había un museo con una exposición monográfica sobre Carlomagno. Cerca, un cartel señalaba la calle Jakobus, y pensé que a lo mejor era una de las rutas del Camino de Santiago. En un cartel en la plaza del Rauhaus (Ayuntamiento), observé que aún me quedaba un buen trecho para ver la puerta romana (la Pontdoor). Me adentré en un barrio moderno y entré en calles universitarias, con bares para estudiantes, restaurantes griegos, turcos, italianos y una panadería gigante. Se trata de una cadena alemana fundada a mediados del siglo XIX y que tenía unas estanterías altas repletas de todos los tipos de pan imaginables que brillaban como el oro. Sería como la "Granier" española, pero 3 o 4 veces mayor, y solo para despachar pan.
Por fin encontré la famosa puerta Pontdoor pero su aspecto parecía más medieval que romano. Estaba muy bien conservada, con sus rejas en las puertas, el foso, las barandillas pintadas de rojo reluciente y escudos nobiliarios. Finalmente, me desengañé, la puerta fue levantada en época medieval, yo la había confundido con la Porta Nigra de Triers (Tréveris).
Tras el chasco, volví para la estación a través del bullicioso barrio universitario. Llegado un punto, me di cuenta que me había perdido y le pregunté a un estudiante pelirrojo barbudo dónde estaba la estación BH pero él solo acertaba a decirme que a escasos metros tenía la West Banhoff, que resultó que nada tenía que ver y que estaba en el otro extremo de la ciudad. Tuve que desandar toda la ciudad hacia atrás, atravesando el campus de la Escuela Técnica. Me di cuenta de que era extraño que en la época del año en la que estábamos, la Universidad estuviese repleta de estudiantes, incluso se veía gente sentada en la clase o la biblioteca, otros circulaban en bici totalmente absortos en sus ocupaciones. Al parecer, en Alemania empiezan antes las clases que en España.
La visita al Pontdoor me sirvió para comprender cómo era la ciudad: se trataba de un montículo central (donde estaba la catedra), un foso circular y otro anillo o loma (donde estaba la puerta y el barrio universitario en un extremo y la estación BH por otra). Realmente, el sitio tenía que ser muy antiguo porque me recordaba a las tumbas megalíticas de Stonegenge o Malborough, o incluso al castillo de Cardiff (un montículo central rodeado de una loma circular).
De vuelta a la estación, que me supuso un largo trecho, llegué a la plaza de la Rauhaus y la Catedral. Me llamó la atención una tienda de modelismo que exponía una maqueta ferroviaria con montañas, puentes y casas. Pasé por la Ópera cuyo cartel había visto antes y, al fin, encontré la estación. Había perdido tres horas en Aachen.
COLONIA (KÖLN)
Pronto tomé el siguiente tren para Colonia. En el viaje me quedé algo dormido y no atendía al paisaje. No hubo nada que me llamase la atención. Al apearme, miré por el cristal del vestíbulo y me topé con la catedral de Colonia en mis mismas narices. Habían puesto la estación a 100 metros de la descomunal iglesia. Sus escaleras estaban repletas de turistas mientras que ciclistas-taxistas esperaban que llegase algún pasajero.
Pero primero debía resolver gestiones. La primera era comprobar en qué lugar de Bruselas, a donde tenía que llegar antes del anochecer, vendían billetes de Eurolines para viajar a Londres. Por suerte, la estación de Colonia tenía un aparato que te permitía navegar por Internet 3 minutos a cambio de 0,50 euros, lo mismo que costaba entrar en los aseos de McClean, situados en frente (una ducha salía por 7 euros). Entré en Internet y localicé que Eurolines tenía un despacho en la estación ferroviaria de Bruselas-Midi aunque los autocares partían de Bruselas-Nord. Solo tenía que pasarme por allí a comprar el billete. Por lo menos, tenía resuelta esa incógnita. Me fijé en una urna que contenía otra maqueta de tren que te dejaban manejar si insertabas 1 euro.
Aproveché para ir al aseo pero mi mochila se quedó atascada en las barras de acceso. Tiré con fuerza y cuanto más tiraba, más atrapado quedaba. Oí la voz de una mujer que gritaba algo en alemán, como dándome a entender que levantase la mochila, lo que prefirió hacer ella misma, que me liberó al segundo. Agradecido, me giré y le dije sonriente: "Danke schon", pero ella me devolvió el saludo en tono áspero. Pensé que, a lo mejor, tras cuatro días de viaje, tenía malas pintas, quién sabe.
De camino a la estación me pregunté por qué la UE había destinado millones de euros a construir una red de alta velocidad para el Thalys, que yo y el resto de los ciudadanos pagamos con mis impuestos, para que solo lo pudiesen disfrutar aquellos que pudiesen pagar 200 o más euros por un billete. Parecía como si el dinero fuese a construir lujos que solo iban a disfrutar los más pudientes. Me pregunté porqué no haber invertido en un Thalys veloz para todos los públicos y no solo para ejecutivos que tenían prisa por llegar a Bruselas o París. Había algo en todo aquello que no encajaba.
Miré en los paneles de la estación y encontré el tren que me devolvería a Lieja. Si el tiempo se me echaba encima, tendría que volver al albergue a pedir cama, si es que quedaban plazas. En fin, tenía sobre hora y media para visitar Colonia.
Lo que más me sorprendió fue el ambiente que había en los alrededores de la catedral. Estaba repleto de turistas. Entré en el templo e, inmediatamente, me quedé perplejo por la altura del edificio y de sus vidrieras coloreadas de azul. El crucero era increíblemente alto. La entrada era gratuita y unos monjes vestidos de rojo se prestaban a resolver dudas. Los visitantes no hacían más que mirar asombrados hacia el tejado, inalcanzable. Pensé que la visita a Colonia había sido corta pero había merecido la pena solo con ver aquella espectacular obra arquitectónica, casi de vértigo.
Tras dar un paseo por la plaza y sacarle unas fotos a unas ruinas romanas, me encaminé a la calle comercial, la primera de frente. Estaba llena de comercios de tecnología, como Mediamark, o de moda, como Zara y H&M. Apenas se podía andar de la gente que llenaba aquella vía. Me detuve en una panadería, rebosante de todo tipo de panes, para probar un Preezel (un pan en forma de ocho con sal).
Vagabundeé por las inmediaciones de un museo arqueológico dedicado al pasado romano de la ciudad, en busca del centro histórico. Fui a la Rauhaus pero resultó ser un total fiasco. En ese momento había una boda, pero el edificio no parecía nada del otro mundo. Al lado, unas vallas protegían un área de excavación arqueológica en un guetto medieval judío. Pude entrever las estructuras de piedra, cubiertas por lonas. De vez en cuando miraba el reloj, porque me quedaban unos 40 minutos para que saliese el tren de Lieja.
Para atajar, pensé en rodear la catedral pero acabé en un puente de hierro completamente cubierto de candados que habían dejado los turistas, al estilo del Ponte Veccio de Florencia o uno que hay en el Sena, en París (¿será el Pont Neuf?). Y entonces vi el río Rin, que me pareció de color verduzco. La gente cruzaba al otro lado del puente para ver la orilla histórica de Colonia. Yo solo acerté a ver unas casas de color amarillo y blanco.
Me di cuenta de que el atajo no me llevaba a ninguna parte y que, por la hora, era imposible que llegase a tiempo a la estación. Había perdido el tren de Lieja. Regresé a la HauhBanhoff con calma para buscar alternativas. Pero tuve suerte. Preguntando, me enteré que además del Thalys existía otro tren, el ICE (el tren veloz alemán) que iba directamente a Bruselas (mi siguiente destino) y que no exigía pago de suplemento a los pasajeros de InterRail. Y para mayor suerte, el convoy, que ya tenía que haber llegado, venía con un retraso de 40 minutos. Así que me dio tiempo a ir a un restaurante de comida rápida y subir con el paquete al andén a esperar al ICE. En la plataforma, me cayeron unos patatas fritas al suelo y pronto una paloma apareció a darse un festín. En uno de los picotazos, la patata cayó a las vías, la paloma se pensó si bajar y desistió.
El ICE iba rebosante de pasajeros que corrían a ocupar los asientos sin reservar. Se sabía porque tenían un letrero digital apagado mientras que los reservados señalaba el tramo. El tren venía de Dortmund y pronto adquirió gran velocidad.
Una vez dentro del ICE me encontré con otros tres mochileros, todos sin plaza. Esperamos en la zona de equipajes a que todos los pasajeros ocupasen las plazas reservadas. Un letrero digital indicaba sobre el asiento el lugar de destino. Pasado un tiempo, un revisor que debía rozar la edad de jubilación y hacía encuestas a los pasajeros, me ofreció sentarme en un asiento libre. Me dijo: "Si pasados 25 minutos, el viajero no ha ocupado su reserva, usted puede viajar gratis". Así que feliz, disfruté de una butaca mientras el tren corría veloz hacia Bruselas. Pensé que una hora antes me veía atascado en Lieja y, por haber perdido ese convoy, ahora viaja mucho más allá a gran velocidad y supercómodo. Ocasiones como estas eran las que amortizaban el billete InterRail. Llegué a la conclusión de que el tramo París-Lille-Bruselas era un auténtico atasco ferroviario para quien no tuviese suficiente dinero y para los interraileros. Era un tramo ruinoso para el bolsillo del mochilero vagabundo.
BRUSELAS
Por mucho que la pinten, Bruselas siempre parecerá una ciudad gris y apagada. Los carteles que hace 20 años avisaban contra los "pickpockets" (carteristas) seguían pegados a las columnas de la estación. Dudé en si bajarme en Bruselas Nord o en Midi pero opté por esta última porque la oficina de venta de billetes de bus a Londres estaba en una calle cercana.
Pero por muchas vueltas que di, no encontré dicha calle donde Eurolines vendía los billetes a Londres. Me topé con los autocares de Ryanair que van al aeropuerto de Charleroi y los de ID que cobraban unos 35 euros por ir a París. Pensé que esa podía ser una buena solución pero no me decidí. En una de las salidas de la estación, había un edificio de cobro de pensiones y cuyas escaleras estaban ocupadas por indigentes que tomaban una bebida fría o un caldo de sopa (días después volví por el mismo lugar, y la escalera estaba despejada). Finalmente, me encaminé hacia una noria que había en una avenida principal pensando que quizás estuviese allí el despacho. En ese momento, un turista japonés (seguido detrás por su esposa) que caminaba con una bolsa llena de latas de cerveza gritó algo y persiguió a un africano alto con una mano vendada que se reía y le hacía señas sonriente para avisarle de que no había sido un intento de robo sino una broma graciosa.
Fue en ese momento cuando vi pasar delante de mi un autobus de Eurolines, que quedó atascado en un semáforo. Crucé el paso de cebra mientras le hacía señas al conductor. Este me abrió la puerta y le pregunté si iba a Londres. Me dijo que sí, se encogió de hombros y me invitó a subir. Decliné el ofrecimiento porque lo que me interesaba era viajar por la noche. Me confirmó que los buses salían desde la estación Nord y que allí vendían billetes. Suspiré aliviado. Cuando se marchó el autocar, me encontré con una tienda con la verja cerrada que ponía: "Eurolines. Hoy cerrado. Diríjase a Estación Nord".
Desde Bruselas-Midi pasaban cada cinco minutos trenes que hacían parada en la estación Nord. Esta era mucho más sórdida que la central y hasta daba miedo caminar por sus pasillos. Una docena de jóvenes pasaba la tarde practicando "break-dance" junto a unas cristaleras. Los despachos de Eurolines estaban situados en la parte baja y finalmente pude comprar el billete a Londres por 58 euros (incluye 5 de gastos de gestión). Salía un poco caro pero a la mañana siguiente estaría en Inglaterra.
Volví a la estación Midi y cené en la cadena rápida Quayk o algo así, que no he visto en España. Son los mismos sandwiches de otras hamburgueserías, el pollo estaba agotado, y una peculiaridad era que podías hacer "refilling" (rellenar) con los refrescos. Los clientes eran diversos, no había un perfil definido, desde una empleada de color muy elegante que consultaba su móvil, hasta un pasajero belga confiado que dejaba sus pertenencias en la mesa, gente joven, algún vagabundo, una familia de clase baja y otros mochileros.
El resto de la espera la hice en la sala de Eurolines en Bruselas Nord. Llegué justo cuando el sol se ponía sobre un estanque y nos rascacielos. Los pandilleros del break-dance seguían allí. Entre los viajeros que esperaban a hacer el chek-in había un británico de avanzada edad que coloreaba en un folio el dibujo de un pavo real, también dos jóvenes marroquíes, un matrimonio afrobelga y un hombre de negocios que parecía hindú. Me llamó la atención el chiringuito que había montado un empleado de Eurolines para vender chucherías. Era un cuarto de azulejos y mobiliario que recordaba a los años 60, desvencijado. El empleado, de unos 60 años, comía una sopa en un plato (seguramente calentada en un microondas) y seguía de reojo la televisión. De vez en cuando se levantaba para limpiar el baño o controlar que todo estaba en orden.
Tras recoger la tarjeta de embarque en el check-in, pudimos subir al autocar ya en noche cerrada. El autobús iba a tope. Delante de mí se sentaron los dos jóvenes marroquíes, cerca de una compatriota, mientras que enfrente viajaba un británico jubilado que pronto entabló conversación con una extranjera que residía en Bruselas. Entre el pasaje iban hombres de negocios que parecían de medio-oriente, alguno con americana y un gordo anillo de plata, e incluso alguna señora que tenía aspecto de monja francesa. Era un grupo multicultural rumbo a Londres, la capital más cosmopolita del mundo.
Durante la travesía, los dos jóvenes marroquíes pusieron la música tradicional a tope, lo que generó protestas desde los asientos traseros, y no paraban de bromear divertidos, haciendo chascarrillos de muy buen humor.
En un par de horas llegamos a Lille, donde un bus de ID recogía a pasajeros a la salida de la estación Lille-Europe antes de la medianoche. El bus recogió a una pareja y siguió hacia el puerto francés de Calais, donde había que pasar el control fronterizo. Había leído que los controles eran muy estrictos con cualquier viajero que hubiese llegado recientemente de África, por temor al contagio del ébola, una epidemia de un virus letal que asolaba ya países enteros como Liberia.
Quinto día
Londres-Brighton-Southampton-Winchester-Holyhead
(continuará)
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by E.V.Pita (2013)
Link original:
http://greattravellingaroundengland.blogspot.com/2014/03/great-travel-around-england-wales-and.html
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