sábado, 27 de noviembre de 2010

Intriga en la Hispania romana: Introducción rápida e sinxela a "O ouro de Agrícola" (en PDF)

Introducción a la novela "O Ouro de Agrícola" (Edelvives, 2004).

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 Contenido del documento: resume la novela histórica "O ouro de Agrícola", ambientada en la Galicia romana

lunes, 8 de noviembre de 2010

History of Hispania: Viriato against Roma (in PDF) / Historia de Hispania: Viriato contra Roma (en PDF) / Author: E.V.Pita

History of Hispania: the lusitanian Viriato figther againts Roman legions.
Author: E.V.Pita, 2003
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Relato corto sobre la lucha de Viriato en Hispania contra los romanos y, tras ser asesinado, la rebelión de las tribus galaicas del Norte.
Autor: E.V.Pita, 2003
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Versión orixinal en galego: Limia o río do esquecemento.
Autor: E.V.Pita, 2003
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viernes, 5 de noviembre de 2010

"Mochilera en Sevilla" en PDF / "Backpackering in Seville" in PDF

Free download a short tale "Backpackering in Seville" (E.V.Pita, 2006) / 1 page


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Descarga gratuita del relato corto "De mochilazo por Sevilla" (E.V.Pita, 2006) / 1 página


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jueves, 4 de noviembre de 2010

Jinetes del desierto (E.V.Pita, 2006)

DIÁLOGO DE TRES JÓVENES EN EL QUE HABLAN SOBRE LOS VIAJES DE AVENTURA

JINETES DEL DESIERTO

Enlace al texto original y actualizado:
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Autor: E.V.Pita (2006)

Dos amigos, sentados en un bullicioso bar, planean su verano.

JUAN -Hola, Sandra. Siento el retraso. ¿Aún no ha llegado Pepe?
SANDRA - Juan, sin él no podemos empezar. Le dije que tenía que traer los mapas.
Un joven entra en el bar acalorado.
PEPE- Siento el retraso. El coche sufrió una avería.
JUAN-¡Lo que faltaba!
SANDRA -Mi hermano podría prestarme su automóvil pero no podemos decirle a dónde vamos.
JUAN- Si se lo dices, le podría dar un ataque de ansiedad.
PEPE - He mirado los planos de carreteras y de varias ciudades.
SANDRA - ¿Cuántos días tardaremos?
PEPE – Accedí a una web de Internet que calcula automáticamente la ruta. Serán tres días de viaje. La gasolina nos va a costar una millonada. Debemos conducir el coche hasta Algeciras, luego tomar el ferry a Tánger y continuar hasta Marraqués. Desde allí, estaremos a las puertas de las montañas del Atlas y del desierto del Sahara.
JUAN- Ya he comprado una tienda de campaña con capacidad para tres personas.
PEPE- Y yo traje varios botes de repelentes de mosquitos.
SANDRA- ¿No dormiríamos más cómodos en los almohadones y camastros de una "haima" como los nómadas bereberes?
JUAN- Permitirnos ese tipo de lujos dependerá del dinero que nos quede en el bolsillo. Yo ya los tengo vacíos y ni siquiera he salido de casa.
PEPE - Creo que hará tanto calor que dormiré al raso en una duna del desierto. Madrugaré para ver el amanecer sobre el horizonte.
SANDRA- A mí me gustaría sentarme a contar las estrellas....
PEPE- Podrías pasarte la vida entera y nunca acabarías.
JUAN- ¿Cuánto costará dar un paseo montado en camello? Esa fue mi ilusión desde pequeñito.
PEPE – Cabalgaremos bajo las tormentas de arena como si fuésemos Lawrence de Arabia.
SANDRA- Creo que habéis visto demasiadas películas. ¡Qué ganas tengo de empezar nuestra aventura!

De mochilazo a Sevilla (E.V.Pita, 2006)

DE MOCHILAZO A SEVILLA

Ver el texto original y actualizado en:
http://evpitabooks.blogspot.com/2010/11/de-mochilazo-sevilla-evpita-2006.html

Autor: E.V.Pita (2006)

Me llamo María. Trabajo en una oficina en Uruguay, cerca del Mar de Plata, y siempre he soñado con ir de mochilazo, cruzar el charco y visitar Sevilla. Ir a Andalucía fue desde niña mi mayor ilusión. Siempre soñé con pasear en carromato por las calles cercanas a la torre de la Giralda o bailar flamenco en un "tablao" acompañada de guitarristas que daban taconazos en el suelo. Pero yo sola no me atrevía.

El problema no era el precio del viaje pues había ahorrado varios años para poder comprar el billete de avión. Tenía miedo de explorar un país extranjero, aunque me animó el hecho de que allí hablan el mismo idioma. En una agencia vi un cartel con una oferta y me di cuenta de que esa era mi oportunidad. Sabía que o lo hacía ahora o no lo haría nunca. Le comenté la idea a mi amiga Anastasia y se entusiasmó con el plan. Miramos por Internet y supimos que el billete de tren Eurail nos permitiría viajar por toda España. Así que hicimos nuevos proyectos: después de visitar Sevilla, tomaríamos un tren veloz AVE para ver la mezquita de Córdoba.


También queríamos visitar la Alhambra de Granada y luego descansar en las playas de Marbella. El miedo se me había pasado y estaba tan contenta que sólo pensaba en hacer las maletas y partir de inmediato. Ese año, mi jefe me cambió el mes de vacaciones...

Tribulaciones de un turista en Shanghai (E.V.Pita, 2006)

TRIBULACIONES DE UN TURISTA EN SHANGHAI

Autor: E.V.Pita (2006)

En un reciente viaje organizado a China, viví muchas anécdotas por culpa de las diferencias del idioma. En las calles de Shanghai, muchos letreros no están escritos en inglés sino en un ininteligible mandarín.
Era verano y hacía mucho calor de bochorno. Me entró sed y le dije al guía que me separaba un momento del grupo para entrar en una tienda a comprar una botella de agua. "¿Necesita ayuda?", dijo amablemente el encargado de la agencia de viajes. "No hace falta, ya llevo un diccionario", indiqué.
Entré en el ultramarinos y pedí agua al venerable anciano que estaba sentado en el mostrador junto a unos nietos. "Shuí", pronuncié muy despacio mientras leía la palabra en el diccionario. El hombre sonrió, se metió en un rincón y volvió con unas frutas. "Shuî gûo", contestó con una sonrisa. Puse cara de decepción y repetí "Shuí".
El viejo y los nietos asintieron y rebuscaron en unas estanterías. Pero volvió con unas gafas de sol. "Shui", insistió con una sonrisa cortés. Desesperado, abrí al frigorífico y tomé una botella de agua mineral. "Shuí", aclaré mientras la posaba en el mostrador. El dependiente y los niños mostraron una cara de sorpresa y luego se les iluminó el rostro. No paraban de reír y de repetir "Shuí". Sin entender nada, puse un billete grande en su mano y, tras hacer una reverencia, me marché con mi botella. El guía me explicó que gafas, fruta o agua se pronuncian parecido pues sólo varía el acento, que puede ser ascendente, descendente o plano. Sólo un nativo es capaz de captar los matices. No hay día que no te acuestes sin aprender algo más.

El misterio de la pirámide maya (E.V.Pita, 2006)

EL MISTERIO DE LA PIRÁMIDE MAYA

El texto original y actualizado del relato corto está en:
http://evpitabooks.blogspot.com/2010/11/el-misterio-de-la-piramide-maya-evpita.html

Autor: E.V.Pita (2006)

Mi luna de miel a los volcanes y las selvas cercanas al mar Caribe tuvo muchas anécdotas. Todas están grabadas en vídeo e invito a mis amigos a verlas en el nuevo televisor de pantalla plana que me he comprado. Pero la aventura más cómica ocurrió en una misteriosa pirámide amerindia situada en el montículo de una montaña cubierta por la niebla. El guía caminaba hacia el templo con su mula cuando el animal tropezó. Los turistas ayudamos a levantar al equino, que no paraba de rebuznar y dar coces.

En medio de la confusión, una viajera que era arqueóloga y yo nos percatamos de que, sobre la tierra, asomaba una esquina metálica. Ambos sospechamos que podía tratarse de un tesoro repleto de figuras y joyas de oro de El Dorado. Así que la arqueóloga me propuso guardar silencio. Si volvíamos por la noche, sin que nadie se enterase, y excavábamos el arcón podríamos hacernos ricos. Pensé en la gran sorpresa que le daría a mi mujer. La cubriría de brazaletes y collares.

Esa noche, en el hotel, me excusé ante mi esposa porque estaba un poco mareado y necesitaba tomar el aire.
Una vez en la pirámide, la arqueóloga y yo desenterramos el baúl a toda prisa. Pero el botín resultó ser decepcionante: sólo contenía un puñado de monedas de oro... romanas. En el reverso aparecía el rostro de un emperador llamado Claudius. En otra pieza, se leía Julius Caesar. Era un fiasco, pues las tiendas de antigüedades de Italia vendían piezas similares por precios irrisorios. Pero la arqueóloga saltaba de alegría y gritaba "¡Eureka!". Ella tenía la prueba de que navegantes de la Antigua Roma habían llegado en sus galeras de remos hasta las costas de América quince siglos antes que Cristóbal Colón. ¡Era el mayor hallazgo de la arqueología! Nos abrazamos llenos de entusiasmo.

Justo en el momento de mayor éxito, apareció mi esposa, acompañada de la policía. Se había alarmado por mi tardanza y al oír gritos en la selva avisó a los guardias. Al verme con aquella turista, interpretó que nos veíamos a escondidas y se llevó un gran disgusto con aquel malentendido. Estaba tan enojada que tardó varios días en acudir a pagar la fianza y sacarme de la cárcel. La policía me había acusado del delito de expoliador del patrimonio histórico. La arqueóloga también perdió sus minutos de gloria: su revolucionaria teoría se vino abajo. Resulta que el abogado de un turista inglés, un tal John Silver, gran aficionado a la numismática, telefoneó a la comisaría para reclamar las monedas de su colección. Había extraviado su baúl unos años antes durante un fuerte huracán que movió ríos de barro en la zona. La niebla había dificultado la búsqueda y Silver había dado por perdidas para siempre sus monedas. Aparecieron casi todas.

Tuve que comprar rosas durante un mes a mi mujer. Para el que no me crea, le puedo mostrar una de las piezas de oro que, por casualidad, quedó olvidada en mi bolsillo.

Autobús hacia el Sur (E.V.Pita, 2006)

Relato corto

Título: Autobús hacia el Sur

Autor: E.V.Pita (2006)

Ver texto original y actualizado en:
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Volver a Valparaíso me emocionó. Fue una alegría volver a oír a las gaviotas o sentir el penetrante olor de guano. Lo primero que quise hacer fue subir de nuevo en el viejo ascensor Reina Victoria que comunica con el barrio de cerro Concepción. También busqué un mirador para divisar desde lo alto las viejas casas de colores del puerto. Incluso aspiré el suave olor del pescado fresco de los mercadillos.

La comida es mi debilidad y como estudiante en el extranjero he tenido que tragar cuanto me cupiese en el estómago por un puñado de monedas. Me acuerdo de una vez que un amigo llamado Antonio, un compañero de clase que vivía en Tijuana, me invitó a pasar un fin de semana en su casa. Así podríamos repasar unos ejercicios de ingeniería.

Tomamos un autobús de Greyhound en San Diego y recorrimos la desértica carretera de California hasta la frontera. El viaje me abrió el apetito y, sobre todo, me dio mucha sed. Me impresionó ver el río seco y una gran bandera mexicana ondeando sobre la ciudad de casas bajas blancas. Mi amigo vivía en la mejor zona, donde los turistas pasean de la mano, se fotografían subidos a un burro o comen en restaurantes. Eso me hizo la boca agua. Mi compañero puso el mantel en la mesa canturreando, y sacó unos "burritos" del congelador, que calentó en el microondas en dos minutos. "¡Típica comida mexicana!", alardeó mi amigo mientras sacaba unos nachos secos, salsa de tabasco y otros picantes. Poco convencido mordisqueé el "burrito" congelado.

No hace falta ser un chef de alta cocina como Adrián Ferrer o El Bulli para percatarse de que la masa de la tortita estaba cruda y los mini-trozos de carne parecían pedazos de plástico. Fuese lo que fuese aquella especialidad de Tex Mex, mi paladar rechazó aquel ladrillo que sabía a rayos. "¿No te gusta? Lo compré por el camino, en una tienda 24 horas. No sabía que el señorito fuese tan sibarita", se excusó mi amigo mientras se atusaba el bigote. "Detesto la comida basura", protesté. La cosa no hubiera ido a más sino ocurriese que la salsa resultó tan picante que sentí cómo me ardían las cejas. Al final, bajamos a la calle y compramos unas mazorcas asadas de maíz a un vendedor callejero. Y hubiese aceptado un buen plato de fríjoles refritos, tortillas y guacamoles.

Un mundo por descubrir (E.V.Pita, 2006)

Microrrelato
UN MUNDO POR DESCUBRIR

Autor: E.V.Pita (2006)


El texto original y actualizado está en el siguiente link:

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El verdadero viaje es aquel que te cambia. Al regresar, ya no eres exactamente el mismo. Porque, quizás, un viaje es como una historia, con un inicio, un desarrollo y un final. Por muy fugaz que sea el trayecto, es difícil que conozcas otras tierras y culturas sin que te hagan reflexionar. He viajado en autobús por Marruecos y tomado té con las tribus bereberes antes de recorrer varios kilómetros de dunas para ver el amanecer en el desierto. He subido en una noche, sólo iluminado por la luna llena y pisando escorpiones, por un sendero que conduce al refugio del Toukal, en el Atlas. He recorrido en tren toda Europa, desde Oslo hasta Budapest, y desde allí hasta Nápoles. He viajado hasta el Loch Ness, en Escocia, en pleno temporal de enero, con el autobús atascado en esa clase de nieve que refleja el arco iris. Y he comido yogures y fiambre en los merenderos de las autovías francesas. Y en Londres, he esperado con impaciencia al desayuno del albergue, porque esa iba a ser mi única comida del día.

Cuando no tienes ni una libra en el bolsillo, porque te lo has gastado todo en el ferry de vuelta, unos frutos secos y una fuente son tu única comida. Y he subido a pie hasta las montañas de Meteora, bajo el insoportable ruido de cigarras, porque no nos quedaba ni una dracma para pagar un taxi. He regateado con los vendedores bereberes y turcos y, pese a comportarme como un avaro miserable, me he sentido timado. Y he dado vueltas y vueltas por el aeropuerto de Heathrow aguardando al avión de la British Airways que me llevaría al norte de Escocia a pasar unos días con una petite amie muy especial. Pero nada me cambió tanto como el viaje que voy a relatar.


Quizás, después de ver tantas ciudades, regresas a tu mundo de forma distinta. Pero, yo lo atribuyo más a la edad. Jamás había salido del país y, un buen día, estabas en París y al día siguiente en Londres, durmiendo en las butacas de los trenes y corriendo la cortina para no ser importunado. Y, quizás, lo más duro haya sido cargar con la mochila y con el peso de las latas de conserva, y el irrespirable olor de la ropa sucia. Con el tiempo, te planteas que la vida de mochilero no es sana. Pero es barata, dentro de lo que cabe.


Pero, sin duda, si algo te cambia es la conversación con otras personas. Quizás no hayas salido jamás de tu ciudad y, durante las tardes de charla en el café, conozcas a otra persona que te cambie la forma de pensar o que al menos te haga replantear todo de nuevo. Quizás, intentar entender la lógica del regateo y la hospitalidad bereber pueda ayudarte al plantear al jefe una subida de sueldo que antes no te cuestionabas. Quizás, aprendas a saborear el zumo de naranja tras probarlo en el desierto durante el desayuno. O quizás te vuelvas piadoso al conocer la situación en que viven los habitantes del Norte de África. O llegues a defender la igualdad de hombres y mujeres al conocer las injusticias en otras zonas y luego reconocerlas en tu propio país.

Viajar también puede abrir los ojos sobre la riqueza de las naciones y relacionarla con la gastronomía. El crêpe bretón es la versión evolucionada de la filloa gallega, con más sabores y variedades. Al principio eran lo mismo, pero en el primer caso se añadió más imaginación. O quizás también te haga reflexionar el momento exacto en que cruzas la frontera húngara y austriaca o la alemana y checa. En el primer caso, los campos de Hungría son áridos y pobres; a cien metros, crecen cientos de hectáreas de cereal austriaco, que supongo que irá a parar al desayuno en forma de Müsli. Y el viaje desde Berlín a Praga también hace pensar sobre la riqueza de las naciones. A un lado del río, casa turísticas que parecen sacadas de un cuento de hadas. En la otra orilla, por donde va el tren, abetos color ceniza calcinados por la lluvia ácida de fábricas desvencijadas. Pero no voy a adelantar acontecimientos.


Mayo de 1995, pocos años después de la caída del muro de Berlín. El año pasado, había perdido la oportunidad de conseguir plaza en un campo de trabajo en Francia. Al final, recorrí Europa en Inter Rail durante 30 días. Pero ahora, estaba decidido a pasar unos días trabajando en un campo en Dinamarca, mi país favorito, y no sólo por las danesas. Recordaba los paseos veraniegos por el puerto de Nyhav de Copenhague. Allí se encontraba la Sirenita, frente a una zona industrial y buques mercantes. Dinamarca, volver a Dinamarca, y recorrer los campings y lagos de la península de Jutlandia, bajo aquel clima cálido pero suave, y con aquella luz matinal que surgía a las cinco de la madrugada. Dinamarca, con sus helados Dazen-Hass y sus caballitos rojos, sus trolls... Realmente, ese sería un buen verano.


Ese día, madrugué a las 8 de la mañana y salí disparado hacia el teléfono a llamar al departamento del Teléfono Joven. Sabía que tenía más posibilidades si llamaba unos minutos antes de que las secretarias iniciasen su jornada. Se verían obligadas a atender al interlocutor. Pero el truco no funcionó. Comunicaba. Colgué. Volví a telefonear. Tenía en la mano un recorte de periódico que indicaba los destinos: cinco plazas en una granja en las inmediaciones de Londres por 20 días, el único destino en el Reino Unido; una granja en Dinamarca; destinos varios en la Francia mediterránea y algunas regiones de Alemania. El objetivo era Dinamarca; ese verano lo quería pasar allí. El teléfono comunicaba. Colgué y volví a llamar. Así eran las reglas. Había 50 plazas que se quedarían los primeros que llamasen.

Por lo tanto, sólo debía esperar la oportunidad de que una teleoperadora del Teléfono Joven descolgase el teléfono y contestase. Pero el aparato seguía comunicando y nadie contestaba. Había que volver a intentarlo. Eran las nueve y seguía comunicando. Decidí esperar varios minutos hasta que cambiase el tono. Volví a intentarlo. Las nueve y media, luego las diez. Nuevamente, comunicaba. Esperé casi media hora con el auricular en la oreja con la esperanza de que alguien contestase al otro lado. Pero, seguía comunicando. Nuevo intento y nuevo fracaso. Las once, luego las once y media, y no había forma. Por mucho que esperase, volvía a comunicar. Colgaba y marcaba, y esperaba varios minutos sin éxito. Nuevo intento, pero esta vez hasta una hora. Las doce, doce y media, la una. No había forma. Seguía sin dar línea. Debía estar todo el mundo llamando al mismo sitio.


Llegó la hora de comer y todavía no había conseguido contactar con el departamento que asignaba las plazas en los campos de trabajo por riguroso orden de llamada. A estas alturas, lo daba todo por perdido, porque supuse que ya se habrían agotado todos los destinos atractivos. Estaba visto que aquel verano lo iba a pasar en casa. Volví a intentarlo después de comer atragantado, a las 15,15 horas, sólo por probar si había suerte y totalmente desanimado. Aquella vez sí dio tono y una voz femenina al otro lado del auricular contestó:
-Teléfono Joven, dígame.
-Quería reservar una plaza para Dinamarca.
La operadora consultó un momento:
-Sólo nos quedan plazas para Rumania y Alemania. Si quiere, puede anotarse en la lista de espera para Dinamarca, siempre hay alguien que renuncia.
-¿Y hay muchos delante?
-Unos quince.
-¿Y para Inglaterra?
-Unos veinte. Esta plaza fue la primera que se agotó a las nueve de la mañana.




Las probabilidades de conseguir plaza en Dinamarca se esfumaron. La solución pasaba por pedir otro lugar, si quería pasar un verano distinto. Me decidí por Alemania, aunque tendría que revisar mis conocimientos del idioma de Goethe. Las fechas eran interesantes, de primeros de julio a primeros de agosto. Tendría el resto del mes para preparar los exámenes de septiembre. Había una asignatura que me hacía la vida imposible.
-Me quedo con una plaza para Alemania.
-Una reserva para Halle, en Alemania, del 7 al 30 de julio. Ya sabe que antes de 24 horas debe ingresar las 8.000 pesetas en una caja de ahorros y presentar su resguardo en una oficina del Teléfono Joven. Ahora, deme sus datos.
-¿Qué hay que hacer allí?
-No lo pone claro pero es algo relacionado con la jardinería.
-Parece interesante. Me llamo Brais Orvallo, de 24 años.
-Su petición ha sido aceptada. Buenos tardes. No olvide abonar la cuota y entregarla.


El mochilero salió del salón y corrió a su habitación a consultar el atlas de Europa. Miró el índice toponímico y encontró Halle, Alemania. Pensó que con un poco de suerte le tocaría un lugar turístico de la Selva Negra. Buscó el mapa y allí estaba la ciudad, a 40 kilómetros, de Berlín, y próxima a Leigzip y Dresde.

¡Qué mala suerte! Estaba en plena Alemania del Este, algo que le sonaba a totalmente gris, al Muro y a parados. La imagen que tenía de Alemania del Este era la Banhaus central de Berlín, que había visitado el año pasado durante un día. Manuel y yo habíamos esperado unos minutos por el autobús en una parada de la estación, junto a varios vagabundos, vendedores de alfombras e inmigrantes árabes. Un día lluvioso y gris con casas grises y destartaladas, algunas con restos de balas en las fachadas. A medida que el bus abandonaba aquel fantasmagórico lugar, los edificios parecían más modernos y céntricos. Esa es la imagen que tenía de Alemania del Este, tan triste como aquellos abetos checos de color ceniza. Al menos, mejoraría mis conocimientos de alemán, que cada vez me iban peor en la Escuela Oficial de Idiomas.


Esa misma tarde regresé a la escuela. Nuevamente tarde, porque se había vuelto a liar con mi trabajo. Intenté apurar al máximo al tiempo y luego recorrí a pie los cuatro kilómetros que separaban mi casa de la escuela, media hora de camino. Como siempre, me retrasé cinco minutos porque seguía pensando que podía cubrir esa distancia en sólo 25 minutos. No me explico porque nunca se me ocurrió tomar un autobús para llegar a tiempo. Era tan testarudo que me empañaba en andar y andar, contrarreloj. Era como si me hubiese empeñado en sacar de quicio a la profesora. Subí rápidamente las escaleras de la escuela y casi sofocado comprobé que, nuevamente, la puerta estaba cerrada. Tomé aire y me quité el sudor con un pañuelo. Al menos, debía aparentar cierta calma. La calma de la cara dura, pensaría la profesora Rosita. Asomé la cabeza por la puerta y caminé de puntillas hasta el primer pupitre, que ya había reservado para este tipo de emergencias.

Mi compañera, una alumna de COU sabihonda, soltó una sonrisa cínica mientras que la profesora prefirió no mirar; me daba como un caso perdido y, simplemente, había decidido ignorarme. Mejor, porque así no me vería obligado a contestar sus enrevesadas frases de los participios. Rossita estaba segura de que aquel despistado alumno desperdiciaba una plaza pública. Tampoco ayudaba mucho que sistemáticamente aquel impertinente llegase tarde a clase. Para una alemana nativa, por muchos años que viviese en el extranjero, la puntualidad era sagrada. Y ésta saboreaba su venganza contra un tardón compulsivo que rompía el orden de la clase. En mi frente llevaba marcada una palabra: Suspenso. Temía que la profesora, a pesar de su distraída afección, jamás me perdonaría mi tardanza. Estaba sentenciado.


Como siempre, el primer examen había sido un éxito pero, a partir de allí, mi estrella comenzó a declinar. Una vez el grupito de las quinceañeras sabihondas me habían echado en cara que era un gandul por suspender alemán. Mi compañera, la mayor y más sensata del grupo, me defendió: tenía poco tiempo y debía elegir entre mi trabajo o los idiomas. Dio en el clavo, porque la secretaria del editor se ponía muy nerviosa cada vez que se aproximaba el plazo de entrega, que casualmente solía coincidir con algún examen de alemán. Y, lógicamente, me quedaba con la editorial porque me daba algo de dinero, de vez en cuando. El editor me hacía últimamente muchos encargos que me absorbían por completo, sin reparar en exámenes de alemán. Me levantaba a las 8 de la mañana y trabajaba en el ordenador hasta las 18.30 horas, con una pausa para comer e imprimir. Al final, mis simpáticas compañeras, comenzaron a mirarme mal por llegar tarde, a hacerme gestos reprobatorios con el reloj y, luego, a criticarme abiertamente por suspender.

Ese mismo día, había quedado con mi amiga bávara Lorena en el bar de la Escuela de Idiomas. Habíamos quedado en intercambiar clases de alemán por español. Pero aquello no funcionaba. Cuando ella me hablaba en alemán lo hacía tan rápido que no me enteraba de nada. A veces, se daba cuenta de mi cara de lelo y se disculpaba: "Perdona, estaba hablando alemán como si estuviese en un bar con un colega alemán. No me daba cuenta de que entiendes muy poco". Realmente, nada. Y eso que tenía la culpa de que el bávaro era un dialecto ininteligible para los propios alemanes que hablaban el Alto Alemán. Bueno, de oídas a mí me sonaban igual uno que otro. Aquellas clases de alemán en el bar duraron más bien poco.

Por eso pensé que aquel viaje a Alemania me daría la oportunidad de ponerme al día en declinaciones y verbos. Sinceramente, a estas alturas del curso no me enteraba de nada. Ni siquiera funcionaba el truco de pensar en inglés y trascribirlo tal como sonaba para obtener alemán. La revisión del último examen era bastante elocuente al respecto.

La mañana no había podido empezar peor. Decidí acercarme al banco para abonar las 8.000 pesetas que me daban derecho a una reserva en el campo de trabajo. Era una ganga. Por ese precio, valía la pena, ya que estaría 25 días con todos los gastos pagados en Alemania, con alojamiento y comida. Y respecto al viaje, me pagaría un billete de Inter Rail por 30.000 pesetas.
Una vez cumplidos los trámites regresé a casa. Todavía faltaba dos meses para julio y tenía tiempo de sobra para organizar todo. Ya me imaginaba en aquella colonia de verano, disfrutando del aire libre, nuevas amistades, visitas a sitios bonitos, olvidando todo. Además, al coger las vacaciones en julio era mejor porque así tendría el resto del mes para estudiar y terminar las asignaturas pendientes. En septiembre, con un poco de suerte, me habría liberado de todas mis preocupaciones.

El mes de mayo transcurrió sin novedades.
Y llegó junio. Los problemas volvieron a empezar. Una semana de exámenes que se vio complicada con el trabajo. Entre examen y examen tuve que viajar a pedir disculpas a una asociación ecologista porque había escrito que había irregularidades en las subvenciones. La bronca fue monumental. "¿Qué les decimos ahora al Instituto de Ambiente?", me preguntó el presidente del colectivo desde su despacho. "Aquí no se despilfarra el dinero", insistió. regresé rápido. Aún tenía que estudiar para el último examen y al día siguiente volar a Barcelona para reunirme con la editorial. Esa misma mañana volvió a llamar el editor:

Aquello era demasiado estresante. Todo se complicaba demasiado. Estaba con el agua con el cuello y faltaban 25 días para marcharme a Alemania.

Terminé el examen lo mejor que pude. Era mi último año y todo me sonaba a repetido. Apenas le dedicaba horas de estudio por no decir que me leía libros enteros unas horas antes del examen, al que iba tan fresco. Una compañera que había pedido excedencia como funcionaria para terminar aquel curso me había echado en cara que alardease de estudiar el último día y sacar notas altas. No siempre era así, pero quizás con la presión memorizaba mejor o, como le expliqué, llevábamos cinco años con las mismas historias de siempre.
Entregué el examen y me acerqué a clase de alemán donde iban a entregarnos las notas del curso. "El único que se va es el que suspende". Bueno, tenía demasiadas cosas que hacer y estaba seguro de que en septiembre aprobaría con todos los honores. Después de un mes en un campo de trabajo.
A la tarde, me acerqué por el local de Ártabros, la asociación de montañeros. No sé cómo me atrevía, ya que algunos todavía me recordaban un artículo que había escrito en el que les hacía poner en su boca: "En estos viajes tienes que ir de arrastrado", en referencia en un viaje a Kenya en tren y hasta la montaña de los gorilas. "Arrastrado suena a miserable. Yo no dije eso", me decían cada vez que aparecía por allí.

Ahora estaban todos en el garaje, escalando una roca artificial. Algunos parecían el hombre araña, colgados por el techo. Probé a subir pero era necesario hacer mucha fuerza con los dedos al agarrar los salientes para aguantar el peso del cuerpo. No resistí más de unos metros y caí al vacío, es decir a las baldosas. Volví a intentarlo pero no había forma. Estaba demasiado debilucho. Los amigos comentaron sus planes para el verano. Manuel había conseguido una beca Intercampus para desarrollar un proyecto en agosto en Chile. José Luis y unos amigos viajarían en una furgoneta alquilada a Praga. Otros se preparaban para escalar unos picos del Cáucaso.

-Supongo que yo iré a un campo de trabajo en Alemania del Este.
-¿Y si no te da tiempo? ¿Perderás las 8.000 pesetas de la inscripción.
-¡Qué más podía faltar! Mojé el pan para tomar el huevo frito y continué enfrascado en mi gran problema.
-Quizás, deberías anular el viaje.
-¡No va a pasar nada! Me paso el año trabajando, así que las vacaciones son sagradas.
El día siguiente lo pasé en la playa.
A mediados de semana recibí una carta de Verónica, una antigua compañera de carrera. Me decía que le habían concedido una beca Erasmus para estudiar un año en Suecia. ¡Qué suerte! Se tenía que incorporar a primeros de agosto, justo cuando terminaba mi campamento de trabajo. Era una buena ocasión para hacer una visita a Suecia. La telefoneé y le dije que contara conmigo en Suecia. Por fin me iba de viaje. Empezaban las vacaciones.

Palabras mágicas en el desierto (E.V.Pita, 2006)

Microrrelato
PALABRAS MÁGICAS EN EL DESIERTO

Autor: E.V.Pita

El texto del relato original y actualizado está en el link:
http://evpitabooks.blogspot.com/2010/11/palabras-m.html

-Stazione Centrale di Milano. Attenzione, Il treno arrivara nil binario due.

En verdad que, cuando me siento solo, recreo en mi mente la megafonía de la estación de Milán. Es como la señal para volver a casa. El binario due es como esa habitación acomodada a tu gusto que sirve, según los psicólogos, para aislarte del mundo, para tranquilizarte o relajarte. Viene a ser algo así como un refugio mental, un colchón.

En Italia siempre te sentías bien, como en tu hogar. Después de pasar penurias en culturas extrañas, Italia era como la antesala de mi hogar. Cando quería hacer un chiste imitaba aquel altavoz y repetía la gracia para mí mismo. Il binario due...Es la misteriosa medicina mágica de las palabras. ¡Qué recuerdos! Ella y yo mirábamos de pie por la ventana del vagón mientras cruzábamos a gran velocidad el túnel de Génova. Nos sonreímos mientras ajustábamos las mochilas a los hombres. Milán... volvíamos a casa. Allí estaba la Stazione Centrale y el Binario Due, la plataforma 2. Y allí, en el andén, fue donde esperé de pie, camino de Roma.
Un salto en el tiempo y en la distancia me lleva a otro recuerdo agradable. Suenan en mi cabeza otras mágicas palabras.
-Ou la gare du train, s.v.p.?"-pregunté desesperado por la estación.

Lo hice en un francés macarrónico a unos muchachos que cargaban con la bici sobre su espalda. Yo recorría angustiado las laberínticas calles de Fez, dentro de las murallas de la Ciudad Imperial. Las agujas del reloj corrían y cada vez me entraba más prisa. Había salido de la haima cuando estaba oscureciendo, sólo iluminado por la luna llena. Me marché a pie con la mochila a cuestas y muerto de miedo, no fuera a ser que unos atracadores me diesen un palo. Me bañé en sudor al perderme en un cruce de tráfico que non iba a ningún lado. Y el plano estaba al revés o yo lo veía ya todo enrevesado. A gare du train, una frase que retornó a mí y que recordó la primera vez que me apeé en la Gare d'Austerlizt, la dinámica estación parisina del Sur. Era la misma sensación que Victoria Station. Miles de viajeros de corbata y maletín se metían a toda prisa en un hormiguero llamado Tube. Un espectáculo sólo comparable a la primera imagen del Metro de Madrid, con cientos de usuarios subiendo al unísono las escaleras de la plataforma de la línea azul, la 2, de Puerta de Sol.

-Tout droit! Tout droit!.

Todo recto, hasta llegar a la Nouvelle Ville. Tout droit era otra de esas frases mágicas que oyes por el mundo y que quedan grabadas para siempre. Tenía un sonido que evocaba la eficiencia, la inmediatez, de llegar al destino sin demora ni obstáculos. No había que pensar. Y allí fui, tan rápido como pude. Esta noche debía tomar el tren hacia Marrakest costase lo que costase. Ella estaba allí y, se suponía, me esperaba.

-Un juice d'orange, s.v.p.

Otra frase relajante que evoca los cafés de Marrakest. En las puertas del Sahara -los beréberes dicen Sara- no hay nada mejor que beber un zumo de naranja, sentado en una mesa de la haima después de recorrer un kilómetro de dunas para asistir, muy temprano, al amanecer en el desierto de arena, en la frontera con Argelia. El sol sólo es una tenue luz en el Oeste que asoma por las nubes que perpetuamente -los nómadas dicen que una vez en los últimos siete años- cubren el desierto. Las minúsculas gotas que flotan sobre la arena son lo más asombroso, más que las extrañas criaturas que lo pueblan. Escarabajos peloteros de tamaño gigante pasean indiferentes a tu lado por el medio de la haima mientras tomas un chá (un té) hirviendo -siempre el chá- o una botella de Coca-Cola de tamaño familiar. Los chubascos en el desierto o en las khasbas de barro cocido evocan otro paraíso que altera las leyes de la Física tal y como las conocemos. Es un mundo al revés en el que no hay respiro.

Veo como la lluvia moja la tierra árida y, de fondo, evoco unas casas de barro borrosas, ocultas por el vapor de mi aliento y la caída de la noche. Del frío. Pero ahora me hallaba pidiendo un juice d'orange en la cafetería próxima a la rotonda de la estación. Un aperitivo antes del viaje. Allí había otros mochileros que, seguramente, también aguardaban por la llegada del Expreso a Marrakest, con trasbordo en Casablanca. Los turistas estaban de tertulia alrededor de su mesa, con su Coca-Cola de botella de cristal de medio litro y su juice d'orange. El reloj que presidía la barra del bar marcaba las 23.00 horas, casi a medianoche.

Aunque que los mochileros se regían por la hora europea, por lo que para ellos ya era la una de la madrugada. Alguno de aquellos jóvenes cayó en redondo en la mesa, vencido por el sueño. El resto seguía de charla hablando de sus aventuras. Al poco, se acercaron a aquella mesa unos tipos altos, que resultaron ser viajeros de Polonia, acompañados de un joven español. Este último lucía un sombrero de ala que le daba un aire de explorador, mezcla de Indiana Jones y Lawrence de Arabia. Un paño protegía su cuello de las asperezas del desierto y, curiosamente, cargaba con una maleta de hotel como si aquello fuese una avenida parisina. Relató su visita a una vieja ciudad perdida.

-Volúbilis. Otra palabra que me hace recordar lo exótico. La ciudad romana de los mosaicos fue construida hace dos mil años a las puertas de la cordillera del Atlas y del desierto del Shara, como los beduinos lo pronuncian. El mochilero, con pinta de profesor de arqueología y aventurero, relató en aquel bar de Fez sobre la misteriosa ciudad latina enclavada en un fértil valle, que también atrapó a los colonizadores franceses. Dominada por el arco del triunfo de Trajano, aquella urbe perdida en el Norte de África evocaba un nostálgico pasado como suministrador oficial de animales salvajes al Circo de Roma.

Cuando caminabas sobre las baldosas de la vía más céntrica de Volúbilis no podías sino admirar la disposición de las tiendas de los comerciantes, el alcantarillado subterráneo o los trazados geométricos de los mosaicos. El reloj del bar marcaba lentamente el tiempo, la televisión emitía una serie de acción y los clientes marroquíes agotaban la noche del sábado charlando y bebiendo té. El tiempo transcurría en aquel bar pero no lo suficiente deprisa para terminar la espera del tren que me llevaría a Marrakest.

El reloj dio la hora y todos los mochileros salieron en dirección a la estación. En el andén había más gente que aguardaba el Expresso. Fui a la consigna y pedí al bedel que me diese la mochila, que previamente había guardado en un saco azul por cinco dirhams. Aquello era un precio abusivo, puesto que no se trataba de más que un saco de hilo de los que los agricultores emplean para guardar las patatas. Cargué sobre mi espalda el saco azul, como se fuese mi botín o un hombre de campo, y caminé por el andén. Descargué la mochila y busqué en un saco el teléfono móvil. No había ningún mensaje para mí en el buzón de voz. Ahora me preguntaba si ella estaría o no. Me percataba de que este viaje había sido una locura, fruto de un ataque de impulsividad y pasión. Aunque ella estuviese sentada en el café de la plaza roja de Marrakest, puede que aquello no cambiase nada. ¿Por qué iba a cambiar?


Sería una larga y calurosa noche de viaje. Pronto me vi peleando con otros mochileros por buscar un asiento no reservado en el vagón. De pie, iba a ser difícil dormir. El expreso nocturno arrancó y descargué mi mochila en el suelo. Binario due volvió a sonar en mi cabeza.

lunes, 1 de noviembre de 2010

Webcomic "Cambio de paradigma" en PDF

Comic "Cambio de paradigma" en PDF

Descargar en el siguiente link el comic (4 páginas, blanco y negro):

http://evpitafreebooks.files.wordpress.com/2010/11/fisical-ok.pdf


Sinopsis: Una profesora se niega a impartir en las aulas de su instituto la teoría de Supercuerdas porque considera que esa teoría no ha sido probada con datos. Ella tendrá problemas con el director de su instituto de secundaria.

Abstract: A teacher refuses to teach in their school classrooms superstring theory because he believes that this theory has been tested with data. She will have trouble with the director of secondary school.

Sinopse: Unha profesora negase a impartir nas aulas do seu instituto a teoría de Supercordas porque considera que esa teoría non foi probada con datos. Ela terá problemas co seu director do seu instituto de secundaria.