sábado, 10 de marzo de 2012

Novela Online - "El robo del Códice Calixtino" (Capítulo 8) (E.V.Pita, 2012)

CAPÍTULO 8 – EL ROBO DEL CÓDICE CALIXTINO

Novela Online


Por E.V.Pita (2012)

Resumen: El inspector Filgueira investiga desde hace seis meses el robo del milenario Códice Calixtino en la catedral de Santiago de Compostela. La única pista es la desaparición de una historiadora, Alexandra, que estudiaba el libro dedicado al Camino de Santiago. Mientras, la prensa elucubra sobre diversas teorías como si una secta se ha hecho con el viejo libro o las sospechas de que el códice oculta un texto más antiguo como un evangelio o las matemáticas perdidas de Arquímedes.


Capítulo 8

El inspector Filgueira permanecía de pie junto a un confesionario, en un lateral de la nave central de la catedral. Eran las 12 y cientos de peregrinos esperaban su turno para abrazar al Apóstol y obtener el perdón de sus pecados. Ocho hombres vestidos con túnicas rojas caminaron por el pasillo y desamarraron unas cuerdas.
Los cantores del coro, vestidos con ropajes blancos, iniciaron sus angelicales cánticos cuando, desde un lateral elevado, tocó el organista. Como un presagio, Filgueira recordó un pasaje literario: “El tercer aviso, que anunciaba que iba a continuar la ópera, sonó discretamente en los salones de descanso y los bares del teatro La Fenice”. Eran las primeras líneas de “Muerte en La Fenice”, la primera novela de la saga del comisario Guido Brunetti, de Donna León, la autora americana que vivía en Venecia y había prohibido que sus libros se publicasen en italiano. Quería ser famosa pero que sus vecinos la dejasen en paz.
Minutos después, el grupo izó un gran incensario, un botafumeiro, al que columpiaron a velocidades de proyectil hasta el punto de que el recipiente estuvo a impactar contra el techo. Un olor a incienso cubrió todo el templo. Filgueira seguía sintiendo la misma sensación de sobrecogimiento de antaño, cuando solo era un rapaz aldeano y su familia de labradores lo había llevado a la feria de ganado del mercado de Salgueiriños. De repente, alguien le apretó en el brazo.
-Inspector, no se pierde usted el espectáculo, ¿eh?
El policía reconoció al deán, que sonreía apaciblemente. Desde que había renunciado a su responsabilidad en el archivo, había mejorado su color. Pero el detective sabía que la procesión iba por dentro.
-Salgo de viaje dentro de unos días y he venido a preguntarle si conoce a una persona.
El deán ató cabos y miró hacia los atestados bancos de fieles.
-Vamos a dar un paseo por el atrio.

Los dos hombres cruzaron la entrada en dirección al Tesoro. Varias monjas africanas saludaron efusivas al deán que les deseó un feliz viaje de regreso. Por el camino, un joven sacerdote cuchicheó algo al oído del deán y este asintió. Finalmente, llegaron al patio interior, adornado con lápidas medievales y tumbas de venerables religiosos. Los turistas no tenían reparo en subirse a los bloques de piedra para retratarse, por lo que un cura les lanzó una indirecta que captaron al instante.
Filgueira reconocía el escenario. En un lateral de la columnata se hallaba la puerta de entrada al archivo, bien señalizada. Cualquiera podía entrar aunque había un conserje detrás.
-Usted me va a preguntar por la condesa de Emilia-Romagna y Toscana.
-La pista nos lleva inexorablemente a ella.
-Pongo la mano en el fuego en que es completamente inocente. Esa jovencita se ha criado en el Camino de Santiago, es una de nosotros, ¿no lo entiende?
El inspector repitió su cantinela.
-¿Ha leído algún libro de Agatha Christie?
El religioso hizo memoria.
-Cuando era seminarista y tenía tiempo libre, algunos. ¿A dónde quiere llegar, inspector?
-¿Cuántas veces descubrió quién era el asesino?
El deán se rió y meneó la cabeza. Esa endiablada escritora se las ingeniaba siempre para que el más culpable resultase el menos sospechoso.
-Lo que nos dice Agatha Christie es que todos somos sospechosos hasta que la policía nos descarta.
-¿También yo?,- le interrogó el deán con aire amargo.
Filgueira guardó silencio y bajó la cabeza.
-Comprendo, hace su trabajo, lo entiendo,- dijo el deán.

Los dos hombres caminaron en silencio por la columnata. Finalmente, el deán se decidió a hablar.
-Supongo que las pistas le llevan al Vaticano.
-Efectivamente, al Castell d'San Angelo.
-¿Realmente cree todas esas patrañas sobre un evangelio secreto oculto en el Códice?
-Quizás no sea un evangelio, podría ser un viejo texto clásico perdido. Hace poco encontraron un tratado de geometría de Arquímedes inédito tras escanear con rayos X una obra medieval. O quizás sea lo más sencillo, un ratero de poca monta que tuvo la oportunidad de hacer el robo sin que nadie lo viese y ahora espera que las aguas se calmen para arrancar una o dos páginas y revenderlas discretamente en el mercado negro.
-¿Y por eso necesita contactar con la condesa?
-Usted lo ha dicho hace un minuto, es una amiga de la catedral con buenos contactos en Roma. Todos me han hablado bien de ella.
-Sin duda, le agradará conocer a la condesa. Desde niña mostró un gran espíritu aventura, lo mismo que su prima y su tía de Milán. Pasaron muchos veranos en Santiago, conocen estas piedras mejor que cualquiera en el Vaticano. Tendré lista la carta de recomendación cuanto antes.
El inspector se despidió del deán. Cuando se encaminaba hacia la puerta de salida del Tesoro se giró y miró fijamente al religioso.
-Le devolveré su libro.
El deán sonrió.
-¡Que el Señor le acompañe, inspector!


En el departamento de la Policía Científica, un par de agentes examinaban los sobres que llegaban del laboratorio de toxicología de Madrid. Uno leyó el remite y avisó al jefe.
-Será mejor que avisemos a Filgueira.

El inspector caminaba entre turistas, tunos y peregrinos por la plaza del Obradoiro camino de la comisaría. Sonó su teléfono móvil. Al leer en la pantalla el número, se sobresaltó.
-¿Tenéis algo?
-Todo negativo, inspector.
El investigador miró de reojo a la catedral y se aceleró el paso por la rúa do Franco hacia la oficina de la Policía Científica. Al poco, entró como un huracán en el laboratorio.
-¿Cómo que no hay nada?
-Ni una triste huella, inspector. Nada de nada. Estamos como al principio. Al comisario le va a dar un jamacuco.
Filgueira dio un par de vueltas por el despacho. Su mente examinaba cientos de posibilidades a la velocidad del rayo.
-Un robo limpio.
-Limpísimo,- dijo Josete, el jefe de la Policía Científica, meneando la cabeza. Alguien allí arriba no iba a estar contento. Todo el mundo confiaba en que las pruebas de Madrid permitiesen dar con la pista definitiva del ladrón. Pero había que empezar de cero.
El inspector Filgueira salió mientras Josete le gritó algo.
-Al salir, nos vemos. Tengo algo que comentarte.
-Ya sé que es,- replicó el inspector y se perdió.



El comisario jefe dio portazo tras dejar pasar a Filgueira. Las malas noticias nunca venían solas.
-¿Sabes que fue lo primero que ha hecho el nuevo delegado del Gobierno tras tomar posesión del cargo?
-Me lo imagino. Lo siento, hemos perdido seis meses.
El mando miró hacia la ventana y guardó silencio.
-Si considera que otra persona está más capacitada,- empezó a decir Filgueira.
-Eso lo van a decidir en Madrid, es posible que vengan pronto los de Homicidios. Son muy buenos en esto. Con una colilla, pillan a asesinos escurridizos.
Filgueira se despidió.
-Mañana salgo para Roma. Quizás allí encaje la pieza que nos falte.
El comisario revolvió entre sus papeles de la mesa y le entregó un billete de avión.
-¿Qué es esto- preguntó con extrañeza Filgueira.
-Hay un tercer miembro en su equipo.
El inspector leyó el nombre del titular del billete y alzó las cejas.
-¡No me haga esto comisario!
-Es la mejor.
-Acaba de salir de la academia, solo lleva unos meses en prácticas, no nos podemos arriesgar.
El comisario bajó la vista y tecleó en su ordenador portátil, sin prestar atención a las quejas del inspector.
-Es la pieza que falta en su equipo. Quizás sea algo patosa pero piensa rápido y lo sabe todo sobre nuevas tecnologías. Estoy seguro de que le sacará de un apuro, inspector. Quien ha robado el códice es un profesional, no le vamos a dar tregua.
Filgueira guardó el billete en el bolsillo, refunfuñó y cerró la puerta sin despedirse.
El comisario sonrió y abrió un documento del procesador de textos para escribir un informe.


Filgueira caminó hacia su departamento cuando se cruzó con Josete, el secretario del Sindicato y uno de los jefes del centro policial. Era un tipo alto de pelo negro corto. Habría pasado por un marine.
-Inspector, ¿nos tomamos unas tapas?
El policía levantó el dedo, como si le regañase.
-Ya sé qué me vas a decir.
No había objeciones. Josete salió hacia la conserjería.
-Te espero en cinco minutos en la rúa do Franco. Hoy ponen raciones de raxo con pimientos de padrón y un pulpo á feira que da gusto.
El mando recordó una escena de “Veneno de cristal” cuando el joven Pucetti le llama por el móvil para quedar a comer y Brunetti descubre que tenía hambre. Sonrió

El inspector entró poco después en un bar abarrotado de turistas y peregrinos en camiseta y alpargatas. Josete le esperaba al fondo de la barra, en una mesa reservada.
-¿Tomamos vino de la casa?
-Sí, una taza,- sonrió Filgueira y se sentó en la silla de madera como si tuviese una losa encima.
Josete llamó a una camarera y le recitó las raciones que iban a pedir. Luego miró fijamente a los ojos de Filgueira.
-Los chicos están quemados.
-¿Te han dicho que soy un negrero que los exijo cumplir largas y extenuantes jornadas de guardias? Esto es así, los malos tampoco tienen horarios ni turnos. Hay días que seguimos a un sospechoso desde las nueve de la mañana hasta las seis de la madrugada y la mayoría de las veces es una pista falsa que lleva a un callejón si salida. Este departamento es así.
-Todos queremos que se resuelva el caso pero no a costa de las vidas familiares de nuestros hombres.
La camarera sirvió una bandeja metálica con carnes, patatas y pimientos verdes. En un plato de madera, estaba el pulpo caliente en la plancha acompañado de cachelos cubiertos de aceite y pimentón.
-A mí me gusta más a la plancha que a la feira,- comentó Filgueira.
-A la plancha, son todo tentáculos.
Los dos policías guardaron silencio y picaron el pulpo sin decir nada. Cuando rebañaron con el pan la salsa de pimentón, Filgueira se vio en la obligación de dar una explicación a su compañero y amigo.
-A todos les compensamos las horas, el sindicato no debe preocuparse. Yo soy el primero que se sacrifica, nadie curra más horas que yo.
El inspector partió un trozo de pan de Carral recién hecho y lo mojó en la salsa del plato de madera.
-Filgueira, tú no tienes más vida que tu trabajo,- le replicó Josete.
-Te olvidas que tengo una hija, como el inspector Wallander,- bromeó Filgueira.
-A la que nunca ves.
-Ella tiene su vida, ya es mayorcita, ¿a qué viene todo esto ahora? ¿Vas a juzgar ahora si soy un buen padre o un exmarido ejemplar? Vale, dedico muchas horas a mi trabajo, ¿es eso malo? Mañana tengo que madrugar para desayunar con la jueza antes de irme de viaje. ¿El sindicato me va a decir que esa hora tengo que descontarla de la jornada laboral y pasar a contabilidad la factura del café y el croissant?
Josete meneó la cabeza.
-Estás cansado, tus hombres no pueden más. Lleváis seis meses sin levantar cabeza y eso puede afectar negativamente a la investigación. Podéis cometer errores en un momento de agotamiento, la excusa perfecta para que el abogado pida la nulidad del juicio. Todo el caso a la basura.
-No, si recuperamos el libro.
-¿Por qué no os tomáis unos días de vacaciones, aunque sea por turnos? Tendréis otra perspectiva y veréis las cosas más claras.
-Los de arriba le meten presión al comisario y él a mi.
-Creí que estabas por encima de las presiones.
Filgueira sonrió mientras se zampaba un pimiento picante.
-Tengo una corazonada, presiento que estamos cerca del ladrón. Necesitamos hacer el esfuerzo final. Mañana salgo para Roma. Si la pista que seguimos es otro callejón sin salida, seguiré tu consejo y me iré a una playa del Caribe a reflexionar. Será un alivio para los chicos verme lejos.
-¿Y si suena la flauta?
-Entonces, amigo, mis hombres y yo estaremos ocupados las 24 horas del día hasta meter en la jaula a los ladrones.
-¿Por qué te obsesiona el códice? Es un caso que solo les importa a los peces gordos para salir en la foto pero ni siquiera hay un delito grave, solo es un libro.
Filgueira avisó a la camarera.
-¿Tenéis filloas de postre?
-¿Rellenas de crema o miel?
El inspector dudó pero al final eligió con miel.
Luego, sacó del bolsillo de su chaqueta un libro.
-¿Qué título lees aquí?
-”Muerte en un país extraño”, novela negra actual de Donna León. Y en la portada veo una góndola que navega por el canal de Venecia. ¿No tendrás miedo a viajar a Italia?
-Ese es el segundo caso del inspector Brunetti, era de los pocos que me faltan por leer. Fíjate como empieza el libro: “El cuerpo flotaba boca abajo en la sucia agua del canal. Bajaba la marea, arrastrándolo hacia la laguna que se abría al extremo”.
-O sea, que llevaba varios días ahogado.
-Como se nota que trabajas en la Policía Científica. Lo que te quiero decir es que los libros son mi pasión, como sabes, y el Códice es uno de los libros más antiguos del mundo. ¿Lo comprendes ahora?
-Vale, es un caso que toca tu fibra sensible pero, ¿qué pasa con tus hombres? ¿Van a seguir a bocata de salchichón metidos en un coche a seguir sospechosos de poca monta?
Filgueira enrolló una de las filloas con miel y las cortó indiferente en pequeñas secciones.
-Nosotros no somos funcionarios que esperamos a que termine la máquina de remover las moléculas de ADN, la centrifugadora. La gente no está tan a disgusto en mi departamento cuando se ha apuntado a mi equipo la hacker.
Josete levantó las cejas con sorpresa.
-¿Que la “Lisbeth Salander” está ahora en tu equipo? ¿Qué me dices? Oí que la habían retirado de la sección de Patrullas y ahora lleva varias semanas en Estadística.
-Pues que sepas que me la ha endosado el comisario, dice que es una pieza clave en la resolución del caso. Me la llevo a Italia y nada de rechistar.
El jefe sindical se llevó las manos a la cabeza y estalló en carcajadas.
-¿Pero para qué la queréis? ¿Vais a hackear los ficheros secretos del Vaticano? Los carabineri os van a detener a todos, va a haber un conflicto diplomático. ¿Por qué la jueza no encarga este asunto a la Interpol?
Filgueira saboreó su filloa y avisó a la camarera para que les sirviese un café de pota.
-Nuestro trabajo va a ser diplomático, no vamos a perseguir a nadie ni hacer vigilancias. Solo charlar y ver cosas. Quizás el comisario tenga razón en que “Lisbeth” puede sernos de ayuda.
-Pero debió consultarte- replicó Josete.
El inspector sorbió su taza de café negro.
-Todos los refuerzos son buenos. Y te voy a decir una cosa sobre “Lisbeth”. El primer día que los alumnos de la academia llegaron a la comisaría a hacer prácticas, el grupo visitó mi despacho.
-¿Y te fijaste en ella?- preguntó Josete con escepticismo. Todos la apodaban “Lisbeth” porque su aspecto físico recordaba a la protagonista casi autista de la serie Milenium con esa parafernalia de tatuajes y piercings. El tiempo demostró que la alumna de prácticas tenía buena mano con los ordenadores y los teléfonos móviles.
-¿Te acuerdas de esa periodista de la que te hablé?
-Sí, la que vino el otro día, la que llevaba el bolso con la bandera de Inglaterra. ¿Qué le pasa?
-La periodista se fijó en las chinchetas amarillas que tengo pinchadas sobre el mapa de Santiago y que hacen un círculo. ¿Sabes a cuál me refiero?
-Al caso fantasma. Llevamos años sin saber si hay caso o no. Es un completo misterio.
-La nueva de prácticas vio el círculo, se acercó y murmuró algo.
-¿Algo?
-Exclamó: “La secuencia de Fiobinacci”.
-¿La secuencia de qué...?
-Un policía científico debería haberse leído el libro de Dan Brown, El Código da Vinci.
-Vi la película en DVD.
-¿Te acuerdas de una escena en la que se ve una especie de rodillo con unos números?
-¿La escena donde descubre la clave del código Da Vinci?
-Esa misma. La clave se basa en una serie matemática llamada la secuencia de Fiobinacci que es 1,1, 2,3,5,8 13, 21...¿Me sigues?
-Es difícil de recordar.
-Es fácil: es la suma de los dos números anteriores da otro número.
Josete se rascó la cabeza y Filgueira garabateó unos números en una servilleta.
-Lo que descubrió “Lisbeth” es que el caso fantasma oculta una lógica matemática, una serie fácilmente predecible.
El jefe de la Policía Científica no daba crédito a las facultades de la nueva alumna. Quizás necesitasen un cerebrito así para sacar adelante un par de casos atascados.
-¿Ella miró el mapa y “¡Eureka!” ?
-Simplemente reconoció la serie en las fechas que habíamos anotado junto a las chinchetas. Leyó matemáticas donde nosotros solo veíamos confusión.
-¡Menuda crack! Pero, ¿cómo sabes que su teoría es cierta? Puede ser casualidad, la suerte del novato.
-Hasta ahora pensábamos que no había ninguna relación lógica entre esos sucesos del caso Fantasma que parecen inconexos pero ahora, al menos, hay cierto rastro de inteligencia.
-¿Quieres decir que hay detrás una mente criminal como siempre sospechamos?
-Podría ser otra cosa, como un mecanismo natural.
-¿Por ejemplo?
-El sol se pone todos los días, detrás hay una simple fórmula matemática con la que se puede predecir a qué hora amanecerá el próximo día. Quizás el caso Fantasma solo sea eso, un acontecimiento natural que sigue una ley matemática.
-No lo entiendo.¿Tú quieres decir que el asesino sigue una patrón matemático?
-Quizás no haya ninguna mente asesina detrás del caso Fantasma. Recuerda que jamás hemos encontrado una prueba, que todo es especulación. La explicación podría ser algo tan tonto como que los envenenamientos ocurren porque la calidad del agua del grifo varía en determinados días del mes, dos veces el 1, otra el 2, o por la caída del polen.
-¿Qué tiene que ver la caída del polen con este caso?
-Las secuencias de Fiubinacci están relacionadas con el crecimiento en espiral, por ejemplo de una caracola o de un árbol. Es lo que “Lisbeth” llamó la secuencia del crecimiento en espiral. Pero ni yo mismo lo entiendo bien, es solo una teoría más. Pero todo esto demuestra que la chica sabe y tiene madera para el oficio.
Filgueira y Josete bebieron su café y se quedaron mirando sin decir nada a las mesas de los otros clientes. La camarera se acercó a recoger los platos y la cesta del pan.
-¿Han terminado?,- preguntó la empleada con indiferencia.
-Me temo que esto acaba de empezar,- comentó con una sonrisa el inspector.


Esa tarde, Filgueira pasó por la librería Couceiro para encargar la última novela del comisario Brunetti. Tenía ganas de leer lo más fresco que había salido de la imaginación de Donna Leon. Le pareció lo más apropiado para entretenerse durante el vuelo a Roma. Pero el dependiente le dijo que todavía no estaba a la venta al público y que lo podía encargar. El policía rehusó la oferta y paseó por la mesa de novedades. Se detuvo en la contraportada del nuevo libro de Mannkell pero era un tema histórico. Le dio pena que el escritor sueco hubiese abandonado las aventuras de Kurt Wallander y su hija en Ystad.
-¿Por qué no se anima con “La playa de los ahogados”? También la tenemos en gallego,- le propuso un encargado de la librería mientras bajaba por unas escaleras de mano.
-¿Es la novela en la que sale el inspector Leo Caldas, ese detective experto en la gastronomía local?
-Me sorprende que aún no haya leído ningún episodio, usted que es un aficionado a la novela negra,- le comentó el librero indignado.
Filgueira refunfuñó.
-Leo novela negra porque me transporta a escenarios lejanos como Chicago, Suecia o Roma. Para mí es una evasión. Son como acertijos sin la presión del día a día.
-Pues Leo Caldas vive en Vigo.
Filgueira rebuscó en su cartera, miró el precio de la contraportada y pasó por caja.
-Vigo está suficientemente lejos de Santiago. Creo que estuve alguna vez en ese bar que menciona, El Eligio. Como voy a pasar unos días fuera, me llevo todo lo que tenga de Leo Caldas.
El librero buscó “Ojos de agua” y lo sumó a “La playa de los ahogados”.
-Ha hecho una sabia elección, inspector. En breve, saldrá la tercera entrega.

(Fin del capítulo 8)