Novela online
“EL ROBO DEL CODEX CALIXTINUS”
Capítulo 5
Por E.V.Pita (2011)
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Resumen de los capítulos 1 – 4: La Policía de Santiago busca a la historiadora Alexandra Bidueiro desaparecida. Solo ella, otros tres estudiosos y los tres religiosos que guardaban las llaves tenían acceso al original del Codex Calixtinus, la primera guía de viajes sobre el Camino de Santiago, valioso libro de pergamino que fue robado a primeros de junio. En el registro de la pensión donde residía la historiadora, la Policía Científica halla una rápida anotación con la palabra “Palimpsesto”.
Descargar en PDF los capítulos 1 a 4 de "El robo del Códex Calixtinus":
http://evpitafreebooks.files.wordpress.com/2011/07/robocodex1a4.pdf
CAPÍTULO 5
Por E.V.Pita (2011)
El agente de la Policía Científica sacó una foto con su móvil de la nota que hallaron en la mesa de la pensión donde se alojaba la historiadora desaparecida. Envió la imagen al número del inspector Filgueira, que seguía buscando pistas en la catedral con el deán y el archivero jefe.
El detective de la Udev-Robos de la comisaría de Compostela examinó la foto que apareció en su pantalla. Las letras borrosas no ayudaban.
-Esta mujer tiene letra de médico, inteligible. ¿Qué pone? ¿Pan Bimbo Sexto?
Los agentes de la Policía Científica soltaron una carcajada.
-Creemos que ha querido escribir “Palimpsesto”. Ya lo hemos consultado con la sección de Grafología. Los sesgos torcidos de las “s” y las “p” son inconfudibles, y la “i” se distingue bien de la “t”. No nos cabe duda. Además, tratándose de una estudiosa de libros mediavales...
-Buen trabajo.
El inspector jefe Filgueira consultó en Google a través de su teléfono móvil. Tecleó la palabra “Palimpsesto” y salieron miles de referencias. La primera era de la enciclopedia libre Wikipedia que daba una rápida definición. Por lo que pudo entender Filgueira, el palimpsesto era un pergamino escrito con un texto en la Edad Media y que había sido reutilizado para aprovechar el pliego de piel. Gracias a los aparatos de rayos X y otros sofisticados sistemas de radiografía se habían rescatado fragmentos de obras antiguas, del mismo Arquímedes entre otros, que dormían bajo una escritura moderna. Filgueira sonrió. Le recordó el juego de la tinta invisible o de los mensajes que salen a luz con jugo de limón. Lo que más le gustaba es que, por fin, veía un razonable móvil para el robo. Enseguida le vino a la mente el best seller, El Códice Da Vinci, de Dan Brown. Era una buena historia llena de sectas secretas, códigos ocultos...
-Entre los que tenían acceso al libro no había una orden de los caballeros templarios o algo así.
-Es un caballero de la Orden de Malta, pero eso es anecdótico. Monseiur Jules destaca más por sus estudios sobre el Camino de Santiago, un amigo de la casa.- intervino el archivero jefe.
-No podemos descartar a nadie, ni siquiera a ustedes- dijo severamente Filgueira. Vamos a interrogar a todos exhaustivamente.
Pero la gran pregunta que se hacía Filgueira era si esto tenía relación con el caso. Por suerte, las órdenes de registro que había firmado el juez, junto a la autorización de las escuchas telefónicas, no solo incluían a los tres sacerdotes que guardaban las llaves de la cámara donde estaba custodiado el Codex Calixtinus. También se extendía a los cuatro investigadores que tenían acceso a la magna obra.
Llamo a los agentes que seguían en la pensión donde residía la historiadora desaparecida.
-No estaría de más que rebuscaseis en algún cajón, a ver si aparece una bitácora donde anotaba sus avances la investigadora. Necesitamos saber si la palabra “palimpsesto” tiene alguna relación con el Códex.
Filgueira miró para el deán y el archivero jefe, que le acompañaban, y pulsó una tecla en su teléfono.
-He encendido el altavoz para que nos oigan los responsables de la Catedral. Señor deán, puede intervenir en cualquier momento para corregirnos o hacer aclaraciones. Como ven, sospechamos que la historiadora pudo hallar un texto oculto bajo el Codex Calixtinus.
-Jefe, tengo mis dudas de que, técnicamente, esa profesora tuviese acceso a la alta tecnología lumínica- interrumpió el agente de la Policía Científica, que registraba la pensión - No es tan fácil leer un palimpsesto, hay que tener luces especiales, al menos una linterna de luz ultravioleta.
-Quizás la historiadora usaba algún aparato similar al de esa serie televisiva, el CSI Las Vegas, que con luces especiales hallan manchas de sangre en la pared y la alfombra.- propuso Filgueira.
Al experto de la Policía Científica le molestaba que le comparasen con el CSI.
-Esto no es una película. Ella tendría que entrar con un laboratorio portátil en la cámara donde se custodiaba el Codex. Incluso con un maletín llamaría la atención de los vigilantes y de los curiosos del Claustro. Nadie se puede pasear la catedral con un maletín blanco que lleva impreso el símbolo de la radioactividad sin que le hagan un par de preguntas.
-Pero ella podría ocultar una linterna de luz ultravioleta en el bolso o en algún portadocumentos. Algo que no despertase sospechas, quizás los estudiosos de los libros están familiarizados con estas nuevas tecnologías, no solo al wifi y los iPhones.
-Posiblemente. He visto esas linternas ultravioletas en Internet de tamaño pequeño por 200 euros. Seguramente, se puedan conseguir en un bazar chino por 15 euros.
Filgueira sonrió. Filgueira recordó unas palabras del detective sueco Kurt Wallander, en La Quinta Mujer, “alguien con la mejor voluntad quiso hacer Justicia, pero se le fue la mano”. En apenas cinco minutos, habían resuelto cómo la historiadora había aplicado luz ultravioleta al Códex y halló debajo el texto oculto. Pero seguía sin explicar por qué, en tal caso, no había comunicado su hallazgo al deán y al archivero, ni tampoco por qué lo había robado, si es que había sido ella.
-Supongamos que la historiadora descubre las obras perdidas de algún filósofo griego, ocultas bajo el pergamino y se calla la información para sacar tajada con el mejor postor. ¿Cuánto crees que iba a sacar?
-Un millón de euros como anticipo,- dijo su interlocutor, el policía que estaba en la pensión.
El archivero, que oía la conversación, se acercó al inspector y meneó la cabeza.
-Ustedes no lo entienden. Para un científico es más valioso el prestigio de hallar una obra clásica que se creía perdida que el montón de dinero que le pueda dar un coleccionista que le exigirá anonimato. Va contra la lógica del profesional. Todos los hallazgos son publicados en revistas especializadas. Si esta mujer ha identificado el texto oculto, estaría interesada en escribir una reseña internacional, al día siguiente le lloverían patrocinadores para su investigación, desde fundaciones al mismo archivo del Vaticano. El arzobispado le estaría muy agradecido y correría a anunciar la noticia, una vez comprobada, porque coincidiría con el 800 aniversario de la consagración de la catedral de Santiago. La profesora saldría en todos los telediarios.
-Emborracharse de gloria también es un buen móvil para el robo. Si usted hallase una copia de la obra completa de Sócrates bajo el Códice, ¿no se sentiría deseoso de que nadie le quitase o pisase “su” descubrimiento hasta tener plena certeza de su hallazgo? - objetó Filgueira.
-Líbrenos el Señor del pecado de la soberbia y también... del de la ignorancia- dijo con sorna el archivero jefe y guiñó un ojo.
Al deán se le escapó la risa y el inspector les miró enfadado.
-¿He dicho algo gracioso?
-Sócrates dictaba las lecciones, pronunció la famosa frase: “Solo sé que no sé nada”, pero jamás escribió ningún libro porque, según él, la letra escrita hacía perder la memoria, tan importante para la cultura de transmisión oral, como la celta.
Filgueira asintió humilde. Las obras del tal Sócrates quedaban descartadas. Era evidente que no podían estar ocultas tras el palimpsesto porque simplemente no existían.
-Sócrats tenía miedo de que la gente dejase de memorizar continuó el deán- porque siempre podía consultas sus notas, como esas enciclopedias por Internet, Google o Wikipedia, o como se llame eso, que sabes que lo tienes ahí arriba, en la Nube, y no necesitas recordar nada.
-¿Y algún pasaje del Evangelio perdido o una versión del Beato de Liébana?
-No, se trata de una copia medieval que fue borrada. En todo caso, sería una copia de otra copia, pero los Evangelios apenas han variado. En todo caso, el hallazgo sería anecdótico, no creemos que aportase información de gran relieve.
-O sea, que la historiadora Bidueira tendría que darse cuenta de que tenía algo muy gordo delante, un texto único y tan valioso como para arriesgarse a robar el Códice, que pasaría a ser secundario. Si esta teoría se confirma, su nuevo poseedor podría raspar el texto para leer lo más antiguo.
-Jefe, perdone – intervino el policía científico desde el móvil -, bastaría con tener una aparato de resonancia, como esos en los que te hacen un escaner en el hospital, para fotografiar el texto oculto sin dañarlo. Hace falta mucha pasta pero hay millonarios que tienen acceso ilimitado a los aparatos médicos, pueden reservar una hora para escanear todo el códice y computerizar los datos.
Filgueira asintió y se rascó el mentón. Aquello parecía razonable.
-Huele a robo por encargo.
-Claro, el coleccionista millonario no querría el Códex para admirarlo en una vitrina sino para escanear el texto oculto. Imagínese que ese texto explica con gran precisión donde está la tumba de Cleopatra o de Alejandro, uno de los grandes misterios de la Historia. Esa información vale cientos de miles de millones, el Códice solo es una minucia. Podría devolverlo y nadie se daría cuenta, pensaríamos que había sido un extravío y el caso quedaría cerrado.
-Es cierto que no podemos hablar de robo porque no hay ladrón. Solo sabemos que el Códice ha desaparecido. Si mañana aparece perdido en un cajón de la sacristía, nadie podría sospechar que ha sido escaneado.
-Nadie salvo Alexandra, la historiadora...
-Y eso explicaría que haya desaparecido o que haya puesto pies en polvorosa. Quiero un informe completo de esa mujer, es la clave de este caso.
Filgueira miró por la ventana y vio cómo los acampados del 15-M recogían sus cosas. Apagó el móvil y se sentó sobre un banco de piedra del palacio de Xelmirez, por lo menos, tan antiguo como el Códice.
-Señor deán, ¿usted que ha pasado las páginas del Códice en innumerables ocasiones cree realmente que oculta otro libro debajo? ¿Ha encontrado algún indicio? Para considerar en serio esa teoría, necesito alguna prueba. Hasta ahora, solo hemos especulado con el encargo de un millonario que querría escanear los pergaminos en busca de otros textos.
-No es imposible que oculte otros textos más antiguos debajo- admitió el deán-. En todo caso, serían textos escritos por monjes medievales, amanuenses que copiarían obras clásicas para que no se perdiesen. En la catedral, nadie se ha preocupado por ello porque harían falta esos medios de los que antes hablaba su policía: escáneres, luces ultravioletas, algo que solo disponen en el archivo del Castel de San Angelo, en Roma.
El archivero jefe se sentó. Estaba nervioso.
-Tenemos los medios que tenemos, esto no es la Biblioteca del Congreso, ni la Universidad de Olkahoma ni nada parecido. Hemos conseguido algunas becas para enviar arqueólogos a Roma para seguir con sus estudios del sepulcro de Santiago y la reconstrucción histórica. Pero lo cierto es que a nadie se le ocurrió comprobar si el Códex tenía textos ocultos. Solo lo hemos escaneado para editar piezas facsímiles y divulgar su contenido, que es más valioso que las miniaturas.
-Y, técnicamente, ¿es posible que contenga un palimpsesto?
-No le diría que no. El Códice fue escrito en la Corte Papal, su autoría se atribuye en el prólogo al mismísimo papa Calixto II aunque creemos que lo redactó el viajero Picaud, a mediados del siglo XII, sobre 1130. Es muy posible que los escribas del Papado reaprovechasen y reciclasen pergaminos antiguos o copias defectuosas porque eran fabricados con piel de animales, muy caras pero fáciles de borrar con un mero raspado de la superficie escrita. Ya ha visto que este códice ha llegado entero hasta nuestros días, nueve siglos después. Si Picaud corrió a cargo de los costes de la obra, aunque parece de encargo, sería altamente probable que comprase pergaminos usados, más baratos, y los raspase él mismo. Como los estudiantes que escriben sus apuntes por la cara en blanco de las fotocopias.
-O sea, que nuestra teoría de la tinta invisible no se puede descartar. Pero, la pregunta que yo le hago es muy clara y directa. Usted, que pudo examinar personalmente el Códice, ¿vio alguna vez restos de tinta antigua en las páginas?
-Jamás. Las únicas manchas son de humedad pero ni rastro de letras. A no ser que...
(fin del capítulo 5)
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