domingo, 22 de mayo de 2011

(3) Spanish Revolution (the novel) Chapter 3 / Spanish Revolution (la novela) Capítulo 3

Autor: E.V.Pita (2011)

SPANISH REVOLUTION

CAPÍTULO 3 - CAMINO DE LA ACAMPADA DE SOL

Resumen capítulo 1 y 2: Los estudiantes Brais y Amanda se ven sorprendidos por numerosos tweets de sus amigos durante un viaje en tren desde Berlín  a Disneyland Paris. Tras diversas averiguaciones, descubren que ha estallado en España la Spanish Revolution de los indignados y deciden seguir su viaje a Madrid para unirse a las protestas en la acampada de la Puerta del Sol. Sin embargo, sus motivos son diferentes.

Sumary chapter 1 -2 : The students Brais and Amanda travel from Berlin to Paris when they recived a lot of messages from their friends in Twitter. There is a Spanish Revolution in the big square Puerta del Sol in Madrid and they decided suspend their holidays and go by night train to Madrid.



Al regresar a la Gare du Nort, compramos unas botellas de agua y buscamos los equipajes en las consignas.
-¿Estás dispuesta a renunciar al viaje a Disneyland Paris? Si pillamos el tren, ya no podremos ir a ver al ratón Mickey.
-Ahora tenemos que estar en la acampada de Sol y apoyar a nuestros amigos.
-Ya te dije que ni siquiera sabemos quienes están detrás de esas siglas, Democracia Real Ya.
-Es gente buena, todos mis amigos están ya en Sol.
Sonreí. Nunca había escuchado un argumento tan malo para unirse a una causa. Eché unas monedas en el cajero de la taquilla y se abrió la puerta automáticamente. Tiré de mi mochila. Amanda arrastró la suya y guardó unos mapas. Luego, me miró seriamente.
-Sé lo que estás pensado. Pero te recuerdo que estudio tercero de Ciencias Políticas, a estas alturas sé distinguir perfectamente entre una kedada para ir de botellón y una acampada a favor de cambiar las cosas.
-Ni siquiera sabemos por qué protestan. ¿Por qué vamos a recorrer 1.000 kilómetros a ciegas?
-Ya te he dicho que iré yo sola. Quienes están allí son otros indignados como tú y yo. ¿Tú no estás indignado?
Me rasqué la cabeza y fruncí el ceño.
-Olvidaba que en vuestra facultad os enseñan a ser parte del Sistema,-dijo ella malhumorada.
-Te equivocas. Lo que ocurre es que no entiendes lo que está pasando ahora en el mundo. Es muy fácil echarle la culpa a los banqueros o los políticos pero el problema es mucho más profundo. Estamos ante una crisis sistémica.
-¿Crisis qué?
-Crisis sistémica, como la subida al trono del Emperador Augusto de Roma, que inauguró una nueva era que sustituyó a la republicana, la Revolución Industrial que inauguró el capitalismo, la Revolución Francesa que enterró el feudalismo o la Gran Depresión de 1929, que dejó paso al Estado de Bienestar. Esas crisis fueron puntos de inflexión que dejaron un mundo atrás y empezaron un nuevo rumbo.
-Si estamos en una crisis sistémica, como dices, ¿qué es lo que ha cambiado? Todo sigue igual.
-Te lo voy a resumir. Nuestros abuelos han vivido en una economía de la demanda, que es la que explica el pleno empleo, el estado del Bienestar, la sociedad de consumo y el alto crecimiento entre la Segunda Guerra Mundial  y 1973, año de la crisis del petróleo. Nuestros padres han crecido con la economía de la oferta, en la que prima la reducción de costes a través de la globalización y la deslocalización. Sobran empleos porque la economía es más eficiente y la oferta de los factores productivos más competitiva. En consecuencia, si todo es más barato, también bajan los salarios, de ahi los mileuristas y los contratos basura. Seguimos el modelo "just in time" de Toyota, en el que todo debe estar en su justo momento, por lo que las plantillas deben ser temporales, según los picos de producción, y de ahí la precariedad laboral que han vivido nuestros padres.
-Tú lo llamas con el eufemismo de economía de oferta pero para mí es simplemente una cara más del  neoliberalismo que implantaron Reagan y Thatcher y que se basa en el tijerazo a los recortes sociales. Si hemos heredado de nuestros padres este mundo "just in time" de mileuristas e hipotecas basura, ¿no crees que tenemos que cambiarlo?
-¿Cambiarlo? ¿No has leído a Krugman o a Stiglitz? Ellos lo explican muy bien y apostaría que esos tipos que acampan en Sol jamás han leído libros como Caída Libre o Retorno a la Economía de la Depresión, ni a nuestro amigo Hessel, el indignado.
Amanda sacó de su bolso dos libros: "Fharenheit 451" de Ray Brabdury y "1984" de Orwell.
-Y tú no has leído estos.
Los títulos me sonaban de autores clásicos de literatura y leí el argumento en la contrapartada.
-¿De qué van?
-Son relatos distópicos, es decir, la utopía de un mundo feliz convertida en pesadilla: un Gran Hermano que vigila a sus ciudadanos, quema de libros... Hablan de la importancia del individuo. ¿No has leido a John Locke?
-No tuve Filosofía como optativa,- admití.
-Un tipo que presume de haber leído a los grandes "popes" de la Economía y ¿no conoces al padre del liberalismo, al que esbozó el contrato social y la libertad del individuo?
Reconocí que la estudiante de Ciencias Políticas tenía razón.
Cerré la puerta de las taquillas y cargué mi mochila.
-Vale, hubo tipos que cambiaron ellos solos el mundo con un par de libros. Pero, no es tan fácil cambiar la economía de Oferta, porque hace 30 años que vivimos con ese sistema. Habría que cambiarlo todo otra vez y existe un grave problema: la eficiencia es necesaria porque este planeta tiene recursos escasos que hemos ido agotando en la época de bonanza. No podemos permitirnos ser ineficientes, y eso supone reducir aún más los empleos y abaratar costes. No le veo una salida tan sencilla.
-Entoces, ¿para qué estudias si vas a ir directo al paro?
-Por lo mismo que tú, para no quedarme en el vagón de cola.
Amanda cargó con su mochila y se volvió hacia mi.
-Prefiero vivir en un mundo que fomente el pleno empleo. A veces, la eficiencia es cruel e inhumana. ¿No hay algo de perverso en eliminar constantemente puestos de trabajo para repartir más beneficios?
-Hablas como Krugman. Él dice que tenemos que recuperar las economías keynesianas para fomentar el empleo. Así que tanto tú como los acampados en Sol sois neokeynesianos.
-Ni siquiera sé quien es Keynes, creo que estudié algo de él en la asignatura de Pensamiento Político I. ¿No era el tipo que sacó a Estados Unidos de la crisis, el del programa New Deal?
-Tienes buena memoria. Keynes fue el que encontró la solución para salir de la crisis de 1929, la del crack de la Bolsa de Wall Street. Dijo que habia que estimular la demanda mediante políticas públicas de inversión. Y ahora se hace lo contrario, los estados deben reducir el déficit, como Grecia o Irlanda, por lo que los consumidores compran menos, las empresas despiden más y la recesión se agrava.
-Pues eso es lo que piden en la acampada de Sol, que las cosas mejores.
-¿Cómo? ¿Aumentando el déficit público?
-A veces, los estudiantes de Económicas pensais erróneamente que es la economía la que gobierno el mundo y vuestros profesores os han tomado el pelo. Es el pueblo y el parlamento elegidos democráticamente los que gobiernan por el bien común. La acampada de Sol solo recuerda esto y pide que las cosas vuelvan a su cauce, castigando a los banqueros que provocaron esto y a los políticos que lo permitieron.
-No es tan fácil cambiar las cosas.
-Entonces, no me acompañes a Sol. No te lo he pedido. Quédate ahí sentado esperando a que la economía de Demanda y Oferta alcancen el punto de equilibrio. ¿No es así como lo llamáis en la facultad de Economía?
Refunfuñé pero no dije nada.
Bajamos las escaleras del metro y buscamos en los mapas la Gare d'Austerlitz. Echamos una carrer hacia la plataforma seguidos de un tipo con boina y aspecto bohemio que entró en el mismo vagón que nosotros. Este entabló conversación con Amanda en el asiento del vagón. ¡Por favor! Aquellos parisinos se  tenían creído su supuesto irresistible glamour que les hacía considerar como una obligación el conquistar a cualquier pasajera extranjera que viesen povr la calle. Bueno, la ley de probabilidades jugaba a favor de ellos. Amanda le enseño la portada de "¡Indignez-vous!" y el bohemio soltó una larga parrafada mientras hacía gestos con las manos entusiasmado. Creí entenderle que por fin alguien honrado había abierto la boca y denunciado lo que pasaba en el mundo. Él, por supuesto, estaba a favor de cambiar las cosas.

Nos despedimos del tipo en la parada de la gare d'Austerlitz y subimos al trote las escaleras mecánicas. Teníamos prisa. Queríamos llegar con veinte minutos de adelanto para buscar un compartimento sin reservar en el vagón.
-No entiendo como me has convencido,- protesté. El tren talgo hotel era lo único libre que habíamos encontrado para viajar a Madrid.
-Tus padres no se enterarán, nadie tiene por qué saberlo. Volveremos a Berlín por nuestras cosas y volveremos como si nada. Se trata de que estemos solo dos días en Madrid.
Asentí sin decir nada. No sabía muy bien por qué me embarcaba en aquella aventura.
Siempre había peleas entre los mochileros por conseguir el mejor asiento. Y ya se oían los vozarrones de los pasajeros del sur de Francia. Con aquellos tipos de dos metros no íbamos a poder discutir, así que optamos por meternos en una estancia próxima al grupo de italianos, que nos parecían de confianza porque cantaban con una guitarra. El compartimento que elegimos tenía la ventanilla cerrada y hacía mucho calor en el interior. Amanda probó a abrir el ventanuco sin éxito. Hice un intento sin resultado. La manilla parecía estar soldada al metal. Amanda salió al compartimento de al lado, y unos grandullones de Burdeos, que les habíamos oído protestar por lo mismo, ya habían aireado la estancia. Yo seguía intentándolo pero no lograba nada.

Luego, mi compañera de viaje bajó al andén a fumar un cigarro a escondidas porque la estación era un edificio público y aprovechó para tomar el aire. La discusión anterior le hacía bullir cientos de ideas en la cabeza, de cómo cada día asistían a cosas más indignantes: dinero público despilfarrado en socorrer a quienes habían tenido perdidas millonarias, censura en Internet, si eras joven sabían que no tendrías empleo o este sería precario...
Me quedé dentro para poder vigilar las mochilas. Había actuado en plan protector con Amanda, que regresó al vagón, aliviada por respirar aire. Pero le horrorizaba la idea de tener que dormir con aquella calefación a tope. Era tarde para lamentaciones. El tren salía hacia a Madrid y nos acomodamos agotados en las respectivas butacas.

-Democracia Real Ya, eso era lo que ponía el tweet,- dijo Amanda pensativa.

-Hemos hecho una locura pero seguramente merezca la pena. Supongo que todos estamos indignados.

-¿Tú por qué estás indignada? No te privas de nada, hasta tienes un móvil de última generación.

-Por que las cosas están mal pero aún hay tiempo de cambiarlas.

-¿No te has preguntado por qué la gente se indigna una semana antes de las elecciones?

-Algún día tenía que estallar.

Los dos se quedaron dormidos en sus butacas mientras el tren ponía rumbo a Madrid.


Sonó un último tweet que nadie leyó.

Lili: carga policial para desalojar Puerta del Sol

Miguel: volvemos más tarde.

Pasados unos minutos, apareció el revisor, y pidió los billetes. Amanda ocultó con disimulo su cajetilla de tabaco entre el vestido y el asiento y miró hacia la ventana.
-Hace mucho calor. ¿No pueden bajar las ventanillas?
-Están cerradas automáticamente pero pueden ustedes regular el aire acondicionado.
-Disculpe, ¿sabe algo de lo que está pasando en Madrid?
-No mucho, dicen que hay una concentración pero no sé más.

Amanda se enfurruñó durante el resto de la noche. Hacía tanto calor que tuvimos que abrir la puerta. Nos repartimos los sitios. Cada uno ocupó tres butacas, a lo largo, como si fuera una cama. Habíamos tenido suerte al encontrar sitio libre. Pero aún nos podían incordiar durante la noche. Siempre subía algún viajero sin reserva. Para ahuyentarlos, recomendé a Amanda que nos descalzásemos y dejásemos los calcetines bien a la vista. Esta olorosa precaución bastaría para espantar a los futuros visitantes nocturnos. Por último, corrimos las cortinas para dejar bien clarito que aquel compartimento nos pertenecía. Amanda extrajo de su mochila una almohadilla de viaje que le ayudé a inflar. Luego guardó sus lentillas en unas cajas con líquidos-. Y. por último, se colocó los cascos de música. Hoy no tenía ganas de charlar. Debía ser enfadada por la dichosa ventanilla. De fondo, se oía el ruido de los italianos. Entre el calor y las voces era difícil dormir. En algunas paradas, se oían paseos por el pasillo, abriendo y cerrando las puertas del compartimento. Alguien corrió nuestra cortina e hizo ademán de entrar pero al ver nuestros pies descalzos, siguió de largo. Así transcurrió la noche de camino a Madrid. Realmente, el viaje había resultado cansado y ahora teníamos la oportunidad de dormir un poco.

(continuará en capítulo 4)

No hay comentarios:

Publicar un comentario