sábado, 21 de mayo de 2011

(1) Spanish Revolution 2011 (the novel) / capítulo 1 Spanish Revolution (la novela)

Autor: E.V.Pita (2011)

Resumen: Novela basada en los hechos reales ocurridos entre los días 15 y 23 de mayo de 2011 en España.

Sumary: A novel based in the real social protest of Spaniards the days from 15th to 24th of May in Spain.

Título: "Spanish Revolution" (by E.V.Pita)

SPANISH REVOLUTION
CAPÍTULO 1 - ALGO ESTÁ PASANDO

15 de mayo de 2011.

El sonido de un mensaje de tweet en el teléfono móvil me despertó. Mi reproductor MP4  hacía sonar una canción de Lady Gaga y reduje el volumen. Levanté la cabeza y miré cómo resbalaban las gota por la ventanilla. Un paisaje gris y nebuloso dejaba ver las siluetas de las naves industriales y depósitos que se reflejaban en los charcos. La lluvia caía atronadora sobre las chabolas con antenas parabólicas que se extendían a lo largo de la vía junto a pequeños huertos con una casita, cientos de ellos, separados por una valla vegetal. La mayoría eran vigilados por un enanito o gnomo que aguantaba estoicamente de pie el aguacero. Dos ciclistas con chubasqueros pedaleaban por el camino, aparentemente muy ocupados.
 Me llamo Brais, flaco como un palo, con una nariz más larga que la de mi héroe Ciranno de Bergerac, con una espalda tan quebrada como la de Quasimodo (el peso de la mochila me aplasta) y gafas redondas al estilo John Lennon. Amanda me dice que soy un nostálgico, que debería llevar esa horribles gafas redondas de pasta negra tan de moda. Ahora mismo estoy reclinado sobre la butaca de un vagón de segunda clase del tren de alta velocidad alemán ICE que cruza a gran velocidad Alemania.
-Köln Banhof- sonó una voz metálica por la megafonía.
En unos minutos, nos apearíamos en la estación de Colonia, esa vieja villa romana dominada por una catedral que guardaba misteriosos enigmas de la orden de los templarios. Lástima que no tuviésemos tiempo a visitarla.
Amanda, delgada, con un cómodo vestido y de melena con mechas azules y cortada a lo egipcio, volvió del baño, y ocupó su asiento a mi lado. Guardó en su bolso un libro titulado: "Fharenheit 451". Consultó su teléfono móvil aprovechando que en los andenes de la Bahnhof habia buena cobertura. De repente, dio un respingo.
-El Twitter está que arde.
Miré la ventanilla con indiferencia. Perdido en un andén, asomaba un tren de la DB de dos pisos, que entraba en la estación, y el morro aerodinámico de una locomotoria que recordaba la silueta de un dragón. Ese tenía que ser el Thalys.
-Ya veo el tren de París, ¿quieres que te ayude a bajar la mochila?
-No gracias, ya me arreglo yo solita- dijo Amanda, y se encaminó a buscar su mochila al compartimento.
Miré el teléfono móvil. Yo también tenía más mensajes y comentarios de lo habitual en el Facebook pero ni siquiera me digné a echarles un vistazo.
-Tenemos cinco minutos de margen,- dije, mientras guardaba el móvil.
Caminamos por el pasillo del ICE y, tras esperar la cola, tiramos las mochilas al andén y saltamos a la plataforma. Pronto fuimos arrastrados por cientos de pasajeros se movían por la estación de Köln a toda prisa. Nosotros nos sumamos a aquella masa.
El Thalys, el tren de alta velocidad que unía Holanda, Bélgica y Francia con Alemania, estaba en el otro extremo de la estación y apuramos el paso.
El aire acondicionado del vagón nos dio la bienvenida. Una voz femenina me dijo en francés: "Excusemoi" y eché la mochila para atrás para dejar paso a una trajeada ejecutiva. Quizás fuese una europarlamentaria que iba a Bruselas.
Amanda se sentó desplomada y consultó los tweets de su móvil táctil de última generación.
-Tengo 20 tweets, debe de estar pasando algo.
-Será el cumpleaños de alguna amiga tuya, algún cotilleo de Gran Hermano o cantante famoso.
-Hay demasiados mensajes acumulados, no es normal.
-Quizás estén hablando del terremoto de Lorca, ¿no lo viste el otro día en el Facebook? O más noticias de lo de Bin Laden o las revueltas árabes.
-Seguramente.
Amanda tecleó en su teléfono táctil y envió un tweet.
-Amanda: pasa algo en España?
Pasaron unos minutos y no llegó ninguna respuesta.
-Será una tontería, le dije. ¿Quieres que entre en mi Facebook y en el Tuenti, y pregunte a mis colegas?
Amanda sonrió y continúo leyendo su libro "Fharenheit 451" pero, súbitamente, ladeó la cabeza y se quedó dormida profundamente.

Me acomodé sobre la ventanilla. Yo también quería echar una cabezada. El tren entró en una ciudad de Holanda llamada Maastrich. El aparcamiento estaba repleto de bicicletas, miles, y sonreí. Vivíamos tiempos difíciles en los que no paran de ocurrir importantes acontecimientos en el mundo. Si la crisis esto, si la crisis lo otro. En Alemania, le propuse a Amanda buscar trabajo, de camino a la residencia de estudiantes habiamos visto muchos carteles donde se ofrecían puestos. Viviríamos en Berlín un año, ahorraríamos y luego ya veríamos. Pero ella lo meditó y a la mañana siguiente, en el desayuno en la residencia, se acercó con su bandeja a mi mesa y me dijo: "nos volvemos". No hablamos más sobre el asunto. Estaba decidido. Lo prioritario era terminar los exámenes finales de junio y que luego tendríamos todo el verano para empreder una aventura.
Cruzar en tren la vieja Alemania del Este, me impresionó.Ya no quedaban ruinas de las fábricas que había visto en los libros. Dice mi viejo que, para él, lo más gordo fue lo que aconteció en 1989, cuando se cayó el muro de Berlín y el telón de acero. Veinte años después, afirma, el mundo está irreconocible. Cuando nací, mi padre tenía miedo de que la Unión Soviética lanzase un misil con cabeza nuclear y abrasase nuestra ciudad. Un buen día, el presidente soviético Gorbachov anunció la revolución Perestroika, disolvió la URSS y trajo la libertad a los países de Europa del Este. Pensé en todo aquello cuando, por la noche, salimos de Berlín tras pasar dos semanas en un programa de intercambio. La guerra fría solo era un mal recuerdo. EN veinte años, Europa había abierto sus fronteras y respirado un aire de libertad y alegría por todo el continente. Eso fue lo que siempre me contó mi padre. Tengo 20 años y soy lo bastante mayor para darme cuenta de que ahora vivimos otra época histórica. Aunque pueda parecer contradictorio, todo el mundo hablando de la crisis, para mí estos son unos años emocionantes y llenos de optimismo.


Me acomodé en la butaca aterciopelada del vagón y me recreé con estos reconfortantes pensamientos. Eso me recordó que tenía que cumplir una obligación urgente en cuanto el tren parase en París, la escala donde deberiamos hacer el transbordo. Miré de reojo a Amanda, que seguía dormitando a mi lado, con su rostro oculto por el flequillo de su melenita. Apoyaba despreocupada sus sandalias sobre la butaca vacía de enfrente. Pasé distraído las hojas de mi diario, que hablaba de Berlín, la ciudad en la que pasamos las dos semanas en una residencia repleta de estudiantes de todo el mundo. Fue estupendo, mejor de lo que me imaginaba, todo el día de fiesta. Las chicas caían rendidas ante mi labia. Nuestro barrio era famoso porque alli había pasado unos años Bach o Haendel, no recuerdo bien. Se trataba de uno de esos organistas barrocos que se pavoenaban con una abundante peluca blanca. Nuestra zona, cercana al triángulo de los museos reales, había sido rehabilitada y el casco histórico se alzaba con iglesias espigadas y cúpulas de cobre verde. Si mirabas por la ventana, aún quedaba algún descampado con las ruinas de una fábrica de corte soviético. Además, la residencia tenía cerca un parque tranquilo al que podías llegar en bicicleta, justo lo que yo necesitaba. Por suerte, la lectora hizo la vista gorda y nos dejó escapar el último fin de semana a Viena para visitar a una colega de Amanda, con quien había charlado durante horas y horas en el bar de la Escuela de Idiomas. En Internet, ella consiguió un vuelo por 20 euros con Ryanair.

Amanda se despertó, se desperezó sin disimulo y miró embelesada los extensos campos de lavanda a través de la ventanilla.  En el asiento de enfrente, se había sentando un atractivo joven barbudo y con boina, con aspecto bohemio, que leía un libro titulado "Indignez-vous!" de un tal Hessel. Jamás había oído hablar de ese tipo. Atrás, oyó conversar a una madre y su hija en un idioma que le sonaba a francés.
-¿Donde estamos?
-Acabamos de salir de Bélgica y acaban de anunciar por megafonía que entramos en Lille. En 40 minuto llegamos a París.
-Deberíamos haber comprado un billete de avión. Es de tontos cruzar media Europa en tren.
Refunfuñé. La idea de hacer escala en París no había sido mía.
-Querías pasar unos días en París antes de volver a Berlín, por eso tomamos el tren.
-Me gustaría volver a casa.
-Si seguimos de largo, llegaremos a tiempo para votar en las elecciones, no te preocupes.
-Es la primera vez que voto por correo pero creo que debería haber pasado, cada vez lo tengo más claro, estamos metidos en una crisis. Cuando volvamos, ya sabes lo que nos vamos a encontrar allí;- replicó Amanda.
-¿Has votado a los verdes?
Amanda me miró con recochineo y no me contestó.
-¿Te has enterado de que era ese lío de Twitter?,- preguntó mientras miraba de reojo el diario Le Soir que leía un pasajero, un ejecutivo de traje y corbata.-La prensa no dice nada.
Me encogi de hombros.
-No hay cobertura,- mentí, mientras examinaba la pantalla de mi móvil. En realidad, no tenía la más mínima pretensión de curiosear cual era el último cotilleo de la telebasura o de esos chistes que mandan en correos masivos.
Un revisor entró el pasillo.
-Si vous plait, ticket,- dijo en francés.
El tren salió de Lille y cruzó un largo túnel.
Amanda consultó la pantalla de su móvil, que volvió a quedarse sin señal.
-Me aburro. Podíamos echar una partidita con las cartas que llevo en la mochila. ¿Una, al tute? Puedo presumir de que he sido campeona del bar del instituto y no estoy echándote un farol.
-Nunca pierdo el tiempo con esos juegos. Hay que pensar mucho y eso cansa. Prefiero disfrutar del paisaje.
Aquel comentario pareció molestarle porque se puso de morros. El tren atravesaba un túnel, no había ningún paisaje que ver. La chica empezó a sospechar que tendría que compartir el viaje con una sosa rata de biblioteca. Pasamos un tiempo sin hablarnos. O ella no me dirigió la palabra, mientras barajaba metódicamente los naipes, con la imagen del ratón Mickey y el pato Donald, jugando al solitario.

Saqué de la mochila los bocadillos de salchichas Frankfurt con ensalada y crema que habíamos preparado la tarde anterior en la residencia. Comimos en silencio, lo cual no dejaba de ser un tanto turbador. Realmente, el viaje podía haber sido más animado si yo hubiese puesto algo de mi parte. A decir verdad, a mí realmente lo que me importaba era apearme en París y pasar toda la tarde en el barrio de Saint Michel. Pero mucho me temía que esos no iban a ser nuestros planes prioritarios.

El tren atravesó un inmenso paisaje de cultivos de cereral con aspersión, similar a las llanuras de Castilla pero con más verde. En el horizonte, se divisaban los campos de lavanda. Un mar de flores lilas lo cubría todo a nuestro vertiginoso paso. Si mal no recordaba, la lavanda era un indicio de que nos aproximábamos a la periferia de París.
-Estamos en las afueras, todo está repleto de grandes mansiones.
El tren se acercaba a la gran ciudad de la luz y sentí nervios. Pronto entraríamos en los suburbios y, en unos minutos, quizás divisaríamos a la derecha la Torre Eiffel, el mayor espectáculo que había visto. El gigante de hierro despuntaba sobre los tejados y buhardillas de la grande ville.
-Ya vuelve la cobertura,- anunció Amanda.
De repente, sonó un pitido, seguido de otro, y otro...
-¿Pero qué está pasando? Tengo otros 10 tweets;- dijo mi compañera de viaje.
-No te lo vas a creer;- le dije. Yo mismo levanté la vista con los ojos desorbitados.

Miguel: yo también estoy indignado
Susana: vamos para allí, metro Sol
Luis: kedada en Puerta del Sol
Lisi: Kedada, metro Sol 
Manuel: cada vez viene más gente
Luis: ya estoy, mucha peña, voy en la línea amarilla

 .... Continúa en capítulo 2 ...

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