jueves, 4 de noviembre de 2010

El misterio de la pirámide maya (E.V.Pita, 2006)

EL MISTERIO DE LA PIRÁMIDE MAYA

El texto original y actualizado del relato corto está en:
http://evpitabooks.blogspot.com/2010/11/el-misterio-de-la-piramide-maya-evpita.html

Autor: E.V.Pita (2006)

Mi luna de miel a los volcanes y las selvas cercanas al mar Caribe tuvo muchas anécdotas. Todas están grabadas en vídeo e invito a mis amigos a verlas en el nuevo televisor de pantalla plana que me he comprado. Pero la aventura más cómica ocurrió en una misteriosa pirámide amerindia situada en el montículo de una montaña cubierta por la niebla. El guía caminaba hacia el templo con su mula cuando el animal tropezó. Los turistas ayudamos a levantar al equino, que no paraba de rebuznar y dar coces.

En medio de la confusión, una viajera que era arqueóloga y yo nos percatamos de que, sobre la tierra, asomaba una esquina metálica. Ambos sospechamos que podía tratarse de un tesoro repleto de figuras y joyas de oro de El Dorado. Así que la arqueóloga me propuso guardar silencio. Si volvíamos por la noche, sin que nadie se enterase, y excavábamos el arcón podríamos hacernos ricos. Pensé en la gran sorpresa que le daría a mi mujer. La cubriría de brazaletes y collares.

Esa noche, en el hotel, me excusé ante mi esposa porque estaba un poco mareado y necesitaba tomar el aire.
Una vez en la pirámide, la arqueóloga y yo desenterramos el baúl a toda prisa. Pero el botín resultó ser decepcionante: sólo contenía un puñado de monedas de oro... romanas. En el reverso aparecía el rostro de un emperador llamado Claudius. En otra pieza, se leía Julius Caesar. Era un fiasco, pues las tiendas de antigüedades de Italia vendían piezas similares por precios irrisorios. Pero la arqueóloga saltaba de alegría y gritaba "¡Eureka!". Ella tenía la prueba de que navegantes de la Antigua Roma habían llegado en sus galeras de remos hasta las costas de América quince siglos antes que Cristóbal Colón. ¡Era el mayor hallazgo de la arqueología! Nos abrazamos llenos de entusiasmo.

Justo en el momento de mayor éxito, apareció mi esposa, acompañada de la policía. Se había alarmado por mi tardanza y al oír gritos en la selva avisó a los guardias. Al verme con aquella turista, interpretó que nos veíamos a escondidas y se llevó un gran disgusto con aquel malentendido. Estaba tan enojada que tardó varios días en acudir a pagar la fianza y sacarme de la cárcel. La policía me había acusado del delito de expoliador del patrimonio histórico. La arqueóloga también perdió sus minutos de gloria: su revolucionaria teoría se vino abajo. Resulta que el abogado de un turista inglés, un tal John Silver, gran aficionado a la numismática, telefoneó a la comisaría para reclamar las monedas de su colección. Había extraviado su baúl unos años antes durante un fuerte huracán que movió ríos de barro en la zona. La niebla había dificultado la búsqueda y Silver había dado por perdidas para siempre sus monedas. Aparecieron casi todas.

Tuve que comprar rosas durante un mes a mi mujer. Para el que no me crea, le puedo mostrar una de las piezas de oro que, por casualidad, quedó olvidada en mi bolsillo.

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