jueves, 4 de noviembre de 2010

Autobús hacia el Sur (E.V.Pita, 2006)

Relato corto

Título: Autobús hacia el Sur

Autor: E.V.Pita (2006)

Ver texto original y actualizado en:
http://evpitabooks.blogspot.com/2010/11/autobus-hacia-el-sur-evpita-2006.html

Volver a Valparaíso me emocionó. Fue una alegría volver a oír a las gaviotas o sentir el penetrante olor de guano. Lo primero que quise hacer fue subir de nuevo en el viejo ascensor Reina Victoria que comunica con el barrio de cerro Concepción. También busqué un mirador para divisar desde lo alto las viejas casas de colores del puerto. Incluso aspiré el suave olor del pescado fresco de los mercadillos.

La comida es mi debilidad y como estudiante en el extranjero he tenido que tragar cuanto me cupiese en el estómago por un puñado de monedas. Me acuerdo de una vez que un amigo llamado Antonio, un compañero de clase que vivía en Tijuana, me invitó a pasar un fin de semana en su casa. Así podríamos repasar unos ejercicios de ingeniería.

Tomamos un autobús de Greyhound en San Diego y recorrimos la desértica carretera de California hasta la frontera. El viaje me abrió el apetito y, sobre todo, me dio mucha sed. Me impresionó ver el río seco y una gran bandera mexicana ondeando sobre la ciudad de casas bajas blancas. Mi amigo vivía en la mejor zona, donde los turistas pasean de la mano, se fotografían subidos a un burro o comen en restaurantes. Eso me hizo la boca agua. Mi compañero puso el mantel en la mesa canturreando, y sacó unos "burritos" del congelador, que calentó en el microondas en dos minutos. "¡Típica comida mexicana!", alardeó mi amigo mientras sacaba unos nachos secos, salsa de tabasco y otros picantes. Poco convencido mordisqueé el "burrito" congelado.

No hace falta ser un chef de alta cocina como Adrián Ferrer o El Bulli para percatarse de que la masa de la tortita estaba cruda y los mini-trozos de carne parecían pedazos de plástico. Fuese lo que fuese aquella especialidad de Tex Mex, mi paladar rechazó aquel ladrillo que sabía a rayos. "¿No te gusta? Lo compré por el camino, en una tienda 24 horas. No sabía que el señorito fuese tan sibarita", se excusó mi amigo mientras se atusaba el bigote. "Detesto la comida basura", protesté. La cosa no hubiera ido a más sino ocurriese que la salsa resultó tan picante que sentí cómo me ardían las cejas. Al final, bajamos a la calle y compramos unas mazorcas asadas de maíz a un vendedor callejero. Y hubiese aceptado un buen plato de fríjoles refritos, tortillas y guacamoles.

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