sábado, 25 de febrero de 2012

Capítulo 7 de la novela Online: "El robo del Códice Calixtino" (E.V.Pita, 2011-2012)

Novela Online

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CAPÍTULO 7 – EL ROBO DEL CÓDEX CALIXTINO

Resumen de capítulos 1 al 6: El inspector Filgueira investiga el robo del Códex Calixtino del archivo de la Catedral en el 2011. La única pista que tiene es la repentina desaparición de una historiadora, Alexandra, que estudiaba el valioso libro medieval. Existen sospechas de que el ladrón podría buscar en el texto una obra anterior ya desaparecida y de importancia clave. Seis meses después, dos periodistas solicitan una entrevista con Filgueira para esclarecer los puntos oscuros del caso.

Al día siguiente, el inspector Filgueira envió un correo electrónico a un colaborador cuando sonó el timbre del teléfono. Al otro lado del hilo, oyó la voz de Florinda.
-Ya han llegado los periodistas.
-Bajo ahora.
-Te los he mandado para arriba, quieren echarle un vistado a las modernas instalaciones donde trabaja vuestro departamento.
-Ni se te ocurra.
-Solo un minuto.
Filgueira apagó su ordenador y se acercó a la puerta del departamento. Se giró y avisó a sus ayudantes.
-No dejéis papeles a la vista sobre las mesas ni las pantallas de ordenador encendidas.

La redactora de Todo Santiago, Casandra Casitas, una joven muy alta, de melena ondulada castaña, cruzó el pasillo a paso ligero. Vestía al más puro estilo “brit”, con gafas de pasta rosa, chaqueta negra y falda roja escocesa. El otro periodista, Cuco, parecía sacado de una revista de rockeros melenudos y caminaba con aire desgarbado y las manos en los bolsillos. El inspector Filgueira se asomó al pasillo y pensó que a ese pasota solo le faltaba llevar una guitarra en la mano.

Casandra sonrió y se abalanzó sobre el inspector y le estampó dos besos de saludo.
-Capitán Filgueira, me han hablado tanto de sus éxitos policiales.
-Inspector,-corrigió- la jerarquía de la policía no contempla el grado de capitán.
El mando tendió la mano izquierda al rockero pero este, instintivamente, la rechazó.
-Veo que ha estado usted en Herat,- comentó el inspector.
Cuco abrió los ojos como platos.
-¿Cómo sabe usted eso?
-Supongo que, de muchacho, habrá leído El Estudio en Escarlata, de Connan Doyle. En el primer capítulo, Sherlock Holmes conoce al doctor Watson y solo con echar un vistazo a sus botas deduce que es un doctor militar que acaba de llegar de las montañas afganas, lo mismo que usted.
El periodista miró sus botas cubiertas de polvo amarillo.
-Recuerdo esa escena... Sherlock Holmes le dice al doctor Watson: solo hay un tipo de barro con ese color en territorios tutelados por el Imperio Británico.
-Así es.
-¿Pero cómo puede conocer si un tipo de barro es de esta ciudad o de la otra? Ni siquiera un geólogo experto podría acertar a la primera.
-Hay truco, amigo mío. Algunos de los hombres de nuestra unidad han trabajado voluntariamente para labores humanitarias en Herat, donde están acantonadas las tropas españolas. He observado que siempre traían las botas cubiertas de ese polvo amarillo tan peculiar.
-Así es, el polvo de las montañas. Hace unos meses, mi periódico me envió a cubrir un concierto solidario que dio una estrella de pop de Compostela en homenaje al personal de una oenegé internacional que ayuda en Herat. Luego, nos llevaron de turismo en una caravana de la ONU y caminamos por las dunas al atardecer. A lo lejos, oíamos ruidos de tiroteos. Fue horrible.
-Pero usted ha visitado más países de la zona. Por eso ha evitado que le estreche la mano izquierda, algo tabú en ciertas culturas tribales.
-Por mi trabajo, viajo mucho, inspector. Conciertos en Londres, galas en Cannes, hago un poco de todo.
-Lo suficiente como para conocer las costumbres islámicas.
-Siempre ando por aquí o por allí. Pero pensé que iba a ser usted el entrevistado.

La periodista Casandra interrumpió la conversación.
-Debe ser una delicia trabajar aquí para desenmascarar a los delincuentes.
El inspector sonrió y señaló hacia la mesa.
-Allí me siento yo la mayor parte del día.
Casandra observó que la mesa estaba situada junto a un mapa de la ciudad colgado en la pared y repleto de chinchetas amarillas y rojas.
-¿Qué son esos bastoncitos de colores que rodean en círculo la ciudad? He visto algo así en la serie CSI Las Vegas, esos agentes forenses que hacen autopsias. Lo de los círculos suena a como si un asesino en serie hubiese actuado alrededor de la Catedral. Pero nadie ha publicado nada de eso.
Filgueira estalló en una carcajada.
-¡Qué imaginación tienen ustedes! Son cosas rutinarias nuestras, disculpe que no le pueda informar.
-Pero ¿no habrá un serial killer en Compostela?
-¡Por favor! Si fuese así, yo no estaría charlando aquí con la prensa sino que me pasaría horas y horas metido en un coche vigilando sin turnos. No le dé más importancia a unas simples chinchetas.

Casandra sonrió, bajo la mirada y posó la mirada en los objetos que el inspector tenía sobre su mesa: la novela de Umberto Eco, El Nombre de la Rosa, con varios post-it intercalados por las páginas, en una edición nueva de bolsillo, un billete de la compañía AirItalia y una guía de arte sacro de Roma.

-Hemos venido a hablar del Códex. ¿Me podrían facilitar un retrato robot del ladrón? Si lo publicamos, algún testigo podría telefonear para dar pistas,- interrumpió Cuco.
-Creo que sería contraproducente,- cortó el mando.
Luego, el inspector Filgueira sonrió condescendiente y extendió su mano hacia el exterior del despacho.
-Como usted puede ver, aquí no tenemos en la pared ningún cartel de “Se busca” ni retratos robot. Permítanme que les acompañe fuera. En mi despacho no pueden quedarse, los hombres están ocupados resolviendo este caso. ¿Qué les parece si les invito a un café en la Porta Faxeira?
-Aceptamos encantados, capitán,- se apresuró a decir Casandra.

Los tres bajaron a la calle y se sentaron en una terraza desde la que se veían los árboles podados de la Alameda. Un paisaje gris para un invierno seco y frío. Los camareros se afanaban por servir a una remesa de turistas ingleses que acaban de llegar de Vigo del crucero “Independence of the Sea”. Cerca, varios mendigos pedían para comer. La crisis no perdonaba a nadie.
-Este clima invita a sentarse en la terraza al aire libre- dijo el inspector Filgueira. Hizo una seña al camarero. -Es un invierno atípico, quizás el más seco en 50 años. Por estas fechas, la Alameda estaría cubierta de lodo y charcos.
-Me acuerdo que hace dos años, hubo una tormenta de aúpa. Parecía que los ángeles vaciaban cubos de agua desde el cielo, - comentó Casandra.

La periodista sacó de su bolso comprado en Londres una libreta con estampados de la gatita Kitty y un bolígrafo de cuatro colores. Sus zapatos de tacón de color rosa brillante iban a juego, salvo una minúscula y casi inapreciable mancha rojiza en la punta. Ella colocó su grabadora digital en la mesa y susurró: “Probando, probando”. Por su parte, el melenudo redactor de Espectáculos dobló un folio por la mitad y, con aire de fastidio, anotó en lápiz la palabra “escurridizo”.
-Pueden empezar a preguntar,- les dijo el inspector. No les iba a soltar nada.
En ese momento, un camarero les interrumpió para tomar nota de sus pedidos. Los tres pidieron un café pero cada uno a su manera: cortado, sin leche y manchado.
-Querido inspector, somos conscientes del enorme esfuerzo que sus investigadores hacen para encontrar el paradero del Códex Calixtino.
-Efectivamente, le aseguro que no dejo de pensar ni un minuto en esta cuestión.
-¿Es su caso prioritario?
-El único caso. Por la noche sueño con nuevas estrategias que nos pueden conducir al ladrón o ladrones. Y al levantarme, pongo en marcha alguna.
-No le dejará tiempo para vacaciones.
-Le repito que en este departamento, he suspendido las libranzas hasta que aparezca el libro. Y no crea que he tenido broncas con los sindicatos. Pero yo soy el primero que doy ejemplo: el día de Navidad por la mañana estuve aquí comprobando alguna pista.
-O sea, que todas las cosas que hace, como leer o viajar, son relacionadas con su trabajo.
-Así es, señorita. El público puede estar seguro de que vamos a encontrar el Códex y devolverlo a donde debe estar.

Cuco metió baza.
-Por lo que veo, ustedes llevan seis meses con un esfuerzo sobrehumano pero el Códex sigue sin aparecer. ¿Creen que el ladrón es un tipo demasiado listo?
Filgueira enrojeció de ira.
-Le diré una cosa: todo aquello que ha sido ideado por una mente, puede ser desvelado por otra, tarde o temprano. El único crimen perfecto es el de Ripley en Italia, no sé si se acuerdan de la novela, de un americano pobre que suplanta la identidad de un amigo rico. Pero eso es ficción.
-O sea, que usted cree que el ladrón caerá- le tiró de la lengua Casandra.
-Efectivamente, pero no le puedo decir si mañana, pasado o dentro de 70 años, cuando nuestras técnicas de investigación avancen. Ese libro tendrá que salir al mercado, quizás en páginas arrancadas y cuando lo haga, allí estaremos para detenerlo.
-¿Y si se lo quedase un coleccionista para admirar en privado? Conozco a divas que exigen por contrato que sus camerinos estén decorados con cuadros de Picasso,- razonó Cuco,- .Quizás solo sea el capricho de un supermillonario.
-Vamos a ser sinceros, capitán: ¿La policía cree que es un robo por encargo?- interrogó Casandra.
-Es una posibilidad que no hemos descartado.
-¿Lo puede afirmar con rotundidad?
-Les repito lo mismo, no está descartado.
-¿Cuántos ladrones intervinieron en esto?
-Pudieron ser muchos. Se dará cuenta de lo que digo si ha leído El Asesinato del Orient Express. Agatha Christie engañó al lector hasta el último minuto en uno de los casos más enrevesados que le leído. No les diré cómo acaba la novela pero se sorprenderán.
A Casandra le fastidiaba sobremanera las citas literarias que introducía el inspector Filgueira continuamente.
-Me deja impresionada con su sapiencia de los clásicos. Es usted un pozo sin fondo sobre conocimientos de la novela negra.
-Gajes del oficio. En las vigilancias, tengo mucho tiempo libre. Incluso me he comprado un e-book para llevarlo a todos lados.
-Apuesto a que sabría recitar de memoria el primer párrafo de El Halcón Maltés.
El inspector soltó una carcajada.
-Perdería su dinero.
-Y díganos, ¿cual es su novela favorita?
-Sin duda, La princesa de hielo, de Camilla Läckberg. No sé si conocen el argumento. Es un pueblo nórdico...
-Yo he leído Hija del frío. Me dejó helada,- comentó Casandra.- Realmente, era de imaginar que usted se ha leído a todos los autores escandinavos.
Filgueira sonrió orgulloso.
Cuco desdobló su folio y repasó su lista de preguntas, pero Casandra se adelantó.
-Capitán, volviendo al robo del Códex, ¿cree que el libro esconde otro texto oculto, algo así como el Tratado de la Risa de Aristóteles?
El inspector se puso blanco.
-¿Cómo sabe...?
Los dos periodistas guardaron un silencio sepulcral e intentaron disimular su emoción mientras el inspector recomponía su mueca de asombro.
El camarero llegó con la bandeja y sirvió los cafés mientras todos seguían en silencio. Cuando el empleado se marchó, el inspector miró para los turistas que caminaban distraídos y bajó la voz.
-Si usted se refiere a la escena del bibliotecario ciego del libro El Nombre de la Rosa, que ha visto sobre mi mesa, le diré que ese libro lo tengo ahí desde hace años. No he conseguido terminarlo, todas esas palabras en latín me despistan.
Casandra sonrió con condescendencia.
-Pero es una buena teoría. La primera novela escrita sobre el robo del Códex maneja la misma hipótesis de que el Códex oculta algo, ya sea un evangelio apócrifo o el testamento de Judas, o El tratado de la Risa de Aristóteles. Son meras suposiciones, ¿verdad?
-Obviamente pero hay que descartar todas las pistas, una por una. En eso consiste nuestro trabajo.
-Entonces, ¿también estudian la posibilidad de que contenga un viejo tratado clásico oculto?
-¿Se refiere a que aparezca un nuevo capítulo de la geometría de Arquímedes?
-Sí, o una obra de Platón que ponga patas arriba la filosofía. Me refiero a eso, a algún texto clásico por el que merezca meter ese libro en un escáner y pasarlo por los rayos X.
-Creo que un millonario encontró una copia de Arquímedes y le hizo un TAC. Esos aparatos cuestan una fortuna, y solo para hacer visibles dos páginas de un texto inédito. Si fuese ese el caso, tendría que estar detrás mucha gente: un experto en griego clásico, documentalistas, bibliotecarios, historiadores... No es posible tanta complicidad, salvo que el gobierno de Francia, por ejemplo, hubiese ordenado a sus servicios secretos robar el libro escrito por Picaud, paisano suyo, por tratarse de una obra clave francesa y luego, la Biblioteca Nacional de París se encargase de hacer la investigación poniendo a todos sus expertos a trabajar.
-Lo que usted dice, es que tendría que la teoría del texto oculto requeriría la participación de un Gobierno y todo su entramado burocrático.
-O una fundación con una plantilla enorme, pero ¿cómo guardas el secreto de algo que es manifiestamente ilegal y en el que involucras a expertos de reconocido prestigio internacional? Este no es un libro comprado en una subasta, es robado y la Interpol lo tiene en su base de datos.
-O sea, que esto tendría que ser obra de una especie de doctor No o de un Gobierno que considera que lo hace por un interés nacional.
-Pero no entiendo qué Gobierno haría eso,- se preguntó Cuco. No entendía mucho de política.
Casandra razonó el argumento del inspector.
-Supongamos que Alemania se entera de que algún monje escribió la primera edición de un texto clave de la fundación del reino germano y que luego lo reciclaron para escribir el Códex.
-Sería como si España se entera de que Viriato escribió sus memorias durante la guerra contra los romanos y el rollo fue aprovechado para escribir una Biblia que ahora está en la catedral de Colonia. ¿Qué harías?
-¿Pedirla prestada para escanear?
Filgueira respiró.
-A veces, las hipótesis se caen por sí solas, pensar teorías de las conspiraciones es muy divertido pero no aporta avances a una investigación metódico.
-Me pregunto si han estudiado la posibilidad de que lo robase una sociedad secreta o mística. Muchos adeptos trabajarían por la causa. Algo así como una red formada por antiguos estudiantes de Yale o Harvard, los Bones and Skulls.
-También se ha mirado, nada se ha descartado.
-¿Y la orden de los caballeros de Malta?
El inspector se movió en su silla sobresaltado.
-¿Por qué menciona a esa orden?
-Los caballeros de Malta atienden a los peregrinos, he visto una carpa en el patio, cerca del archivo. Lo mismo hicieron los Templarios. Encajan perfectamente dentro de una teoría de la conspiración como usted la llama, inspector. ¿Y qué hay de los Illuminati?
-¿Se refiere a la sociedad secreta que sale en el libro El Código Da Vinci, de Dam Brown?
-Esa misma, todavía están aquí.
El inspector intentó aclarar las cosas.
-Si usted ha leído la novela, se dará cuenta de que El Código Da Vinci tiene muchas similitudes con Los Hijos del Grial. Es la misma tesis.
-¿Y...?
-Como novela es muy divertida, confieso que me enganchó y me la leí de un tirón mientras hacíamos una vigilancia a un red de contrabandistas de tabaco en el puerto de Noia. Pero, insito, es solo una novela sin base real. Los Illuminati no existen.
-Entonces, ¿descarta a los Illuminati?
El inspector se removió en la silla y extendió los brazos sobre la mesa.
-Vamos a ver, en esta entrevista, solo voy a hablar con ustedes sobre preguntas generales, pero no voy a entrar al trapo sobre si fulanito o menganito es sospechoso, o por qué si o por qué no.

Cuco Castiñeira perdió la vista hacia la Alameda y se llevó su lápiz a la oreja pensativo.
-La pregunta clave es: ¿cómo sabían que el Códex tenía un texto oculto?
-Yo no he dicho eso, caballero.
Casandra comprendió la inteligencia de la pregunta del periodista de Espectáculos y metió baza.
-Por supuesto, capitán, hablamos solo de hipótesis y suposiciones, nada concretos.
-Insisto en que no confirmaré especulaciones ni rumores, ya se lo he dicho. Y mucho menos les voy a dar datos que malogren esta investigación y el trabajo de seis meses.
El entrevistador reformuló la pregunta.
-¿Quienes tenían acceso al Códex, además del deán y el arzobispo?
-Un grupo reducido, estudiosos, personal de limpieza y mantenimiento.
-Lo que no entiendo es ¿por qué no han revisado las cintas de las cámaras?
-¿Qué cámaras? -replicó intrigado el inspector.
-Las cámaras de vigilancia del archivo.
Filgueira estalló en una carcajada.
-Unos tienen más fe en la buena voluntad del prójimo que otros.
-¿Quiere decir que no había cámaras en el archivo?
Filgueira sorbió su café y miró hacia las mesas contiguas repletas de cruceristas. Guardó silencio.
-O sea, que no había cámaras,- dedujo Casandra.
-Las cámaras estaban en un patio por el que pasan cientos de personas, la mayoría turistas. Estamos buscando pautas, gente que se queda parada, que vuelve unos días después, que saca fotos. Como comprenderán, todos los turistas responden a ese perfil.
-¿Y el personal de limpieza?
-Ajá, como en una novela de Agatha Christie, piensan que el asesino es el mayordomo. Las limpiadoras son personas de la máxima confianza, de honradez probada, que llevan años al servicio de la Iglesia. No estamos ante el típico caso de un limpiador que, para su desgracia, sufre una grave adicción a las drogas y que roba el Códex para revenderlo al día siguiente por 35 euros en una tienda de segunda mano y el dinero se lo gasta en unas papelinas. Si tuviese que descartar a alguien, sería a este colectivo.
-¿Alguien cayó enfermo en esas fechas?
-Eso ya lo hemos comprobado.
-Pero no ha respondido a nuestra pregunta. ¿Alguien desapareció tras el robo?
-Permítanme que sobre eso no les informe, - respondió secamente Filgueira, y bebió otro trago.
Cuco y Casandra cruzaron la mirada e hicieron anotaciones en sus libretas.
-¿Quién desapareció?- preguntó Casandra con un tono que no admitía evasivas.
-Este caso está bajo secreto de sumario, no puedo decirles nada. Hagan preguntas generales.
Cuco se rascó la cabeza.
-¿Cuántas personas conocían el valor del libro?
-Toda Europa, es una joya literaria del medievo, la primera guía turística del Camino Jacobeo.
-Pues le diré que yo ni mi abuela jamás habíamos oído hablar del Códex, - replicó el melenudo.
Casandra rebuscó en su bolso y sacó un pañuelo y se sonó la nariz.
-Espero no haber contraído la gripe, inspector. Este invierno, el virus hace estragos.
El inspector miró su reloj, pronto tendría que volver al despacho.
-¿Alguna pregunta más?
-¿Qué declararon los investigadores que examinaron el libro en los últimos días? ¿Vieron algo raro?
-Lo que han dicho forma parte de la investigación, que está bajo secreto de sumario.
-¿Pero se cruzaron en los pasillos con intrusos, algún merodeador?
Filgueira ladeó la cabeza en lo que se podía interpretar como una negativa.
-¿Algún coleccionista había hecho ofertas insistentemente para comprar el Códex? ¿Sospechan de algún friki obsesionado con el libro?
El inspector soltó una carcajada. En ese momento, sonó su teléfono móvil, miró de reojo la pantalla y lo apagó.
-Si fuese así, habríamos resuelto el robo en 24 horas.
-¿Y si se lo encargó a un especialista, gente profesional? ¿Hablaron con el Belga, el mayor especialista en obra religiosa antigua?
-Tiene coartada. Ustedes mismos lo habrán visto opinar en la televisión sobre quién pudo robarlo. Parece que no se ha movido de su retiro en la costa del Sol.
Cuco dio la vuelta a su folio y garabateó unas letras ininteligibles.
-Hay algo sobre lo que le doy vueltas. En el 2011, la Iglesia celebra los 800 años de la consagración de la catedral y, de repente, roban el Códex, que llevaba 900 años o más perfectamente custodiado. ¿No le parece a usted que el golpe publicitario es demasiada casualidad?
Casandra se interesó por este argumento y metió baza.
-El año pasado se batió el récord de peregrinos, más que en Año Santo. Alguien sacó beneficio.
-Sí, los dueños de hoteles y bares,- replicó con ironía el inspector.
Filgueira hizo una seña al camarero para que le trajese la factura.
-Yo también me hice esa pregunta, me dije: ¿Y si el 25 de julio, día del patrón, milagrosamente aparece el Códex perdido en un banco de la Catedral? Pero no fue así. Ya ven que el robo le ha costado el puesto al deán y si no resuelvo el caso, yo seré el siguiente en caer.
Cuco sonrió hacia el inspector.
-Nuestra mayor exclusiva sería que usted detuviese al ladrón.
-O ladrona- apuntilló el inspector- no hay que descartar a nadie.
Casandra movió su bolígrafo de Kitty y golpeó la mesa mientras el inspector abonaba la cuenta al camarero. Este le devolvió el cambio pero el mando no dejó propina en el platillo.

-Pero¿por qué buscan la pista en Italia?- preguntó Casandra, muy incisiva.
El inspector abrió los ojos de par en par y consultó su reloj.
-Le repito que no voy a confirmar ni desmentir cada rumor que salta por doquier.
Un agente vestido de paisano se asomó por la terraza y le hizo un gesto con la ceja.
-Me temo que otros asuntos requieren mi atención. Espero haberles sido de ayuda.
Casandra apagó la grabadora.
-Díganos off de récord ¿cuando viaja su equipo a Roma?
-Con sumo gusto se lo diré, querida amiga, cuando usted me cuente cómo terminó esa noche de vino y rosas en Burdeos.
Casandra abrió los ojos como platos.
-¿Cómo sabe usted que...?
-Sus pies la delatan.
La periodista miró para sus zapatos de tacón y vio en la punta manchada con una pequeña gota rosa.
El inspector no le dio tiempo a reaccionar y se levantó.
-Encantado de charlar con ustedes. Insistan en mi mensaje a sus lectores: estamos sobre la buena pista y les garantizo que habrá un final feliz. El Códex volverá al archivo.
-O sea, que los rumores son ciertos- añadió Cuco. Ya tenía titular.
-No he dicho nada que sea verdad ni mentira,-aclaró el inspector.- Deben ser muy cuidadosos con lo que escriben.
Los periodistas se despidieron y caminaron hacia la Porta Faxeira, hacia sus redacciones. Cuando Casandra se giró, observó que el inspector daba el cambio del camarero a un pobre que pedía limosna en la calle.

Filgueira volvió a su despacho, se acercó a su mesa y la limpió de objetos, que guardó en un cajón, a salvo de más miradas indiscretas. Eso le recordó una vieja novela negra, luego convertida en película, en la que un sospechoso lisiado era interrogado en una comisaría e improvisaba su coartada según le inspiraban las fotos y notas con avisos colgados en el tablón que tenía a la vista.
Al poco le llamó el comisario jefe al móvil.
-¿Cómo ha ido todo? ¿Han sido muy pesados?
-Esos tipos son capaces de sonsacar a una efigie.
-¿No les habrá dicho nada?
-No tienen ni idea, jefe. Pero si estos dos panolis han deducido cosas aplicando la lógica mientras nos tomábamos un café, es evidente que, a estas alturas de la película, el ladrón y quien le encargó el trabajo tienen que haber llegado a la misma conclusión que la prensa.
-O sea, que tenemos que actuar deprisa.
-Es vital, comisario. O quien nosotros sabemos borrará las pistas. Si se acuerda de la novela El Ocho, de Neville, sobre aquellos ajedrecistas de élite que investigaban una conspiración mundial durante la crisis del petróleo de 1973, ahora nos toca mover a nosotros el caballo y la torre.

(Fin del capítulo 7)

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